martes, 24 de abril de 2012

Mine, capítulo 18.


Mine, capítulo 18. "Cuatro lineas".
--¿Entonces?--Insiste Luce.
 Ellie entrecierra los ojos y mira al chico de dos mesas frente a nosotros.
Sacude la cabeza.
--Tiene cara linda.
Sonrío y me meto una cucharada de nieve de chocolate a la boca.
--¿Pero?--Presiona Luce.
--Es muy debilucho y estoy segura de que soy más alta que él. ¡No, gracias!
 Pongo los ojos en blanco.
Luce pide mi opinión.
--Está normalito.
Ella suspira mientras Ellie se limpia el helado de vainilla que ha caido en su uniforme. Somos las únicas en el Centro Comercial que llevamos uniforme, eso hace que algunas personas nos miren unos segundos. Las personas se fijan en cada insignificante detalle. Cada cosa que nos hace ser diferentes al resto.
--Se ve lindo--Dice Luce.
--¿Porqué hablamos de esto?--Comienzo.
--Creo que eres la primera chica que conozco que no le gusta viborear--Menciona Ellie--El resto de nosotras desperdiciamos nuestro tiempo viboreando a las personas, somos despreciables. ¿Qué haces tú en tu tiempo libre?
Sonrío.
--Molesto a Sara. O a Noel. O a Luce. Siempre tengo muchas opciones.
 Ellie mira a Luce.
--Deberíamos aprender a hacer otra cosa que viborear, como molestar, por ejemplo. Espera, ¿No vendría siendo lo mismo?
 Entonces he perdido el ritmo de la conversación, así que saco uno nuevo.
--¿Quién sabe porqué el día de ayer tuvimos compañía?
 Saben a lo que me refiero.
Luce me mira y se encoge de hombros.
--Lucas llegó con los grandotes diciéndo Hola. ¿Qué más podíamos hacer? Le seguimos la conversación.
--Creo que intenta integrarse--Dice Ellie.
--¿Entonces diremos que sí a cualquiera que se venga diciendo Hola?
 Ellie entrecierra los ojos y me lanza la servilleta.
--Deja de ser tan antisocial. Es mi hermano, Lena.
--¡Ya lo sé!--Me defiendo--Es... No tengo problemas con Lucas, en verdad, pero, ¿sus amigos? ¿No les preocupa que sean como Ian? ¿Vamos a aceptar a tipos como Ian?
--Lucas ya se ha deshecho de las malas influencias--Dice Ellie.
--
Seguro que sí--Contesto--Es sólo que tenemos que pensar a la próxima que dejemos entrar a alguien, ¿De acuerdo?
 Ellie asiente mientras se mete la nieve a la boca. Luce, mientras se manosea la trenza.


--¿Porqué yo?--Replico.
Me doy vueltas en la silla. No fue ni hace media hora que llegué a casa y ahora me están pidiendo que vaya a no sé donde.
--No seas egoísta--Responde Sara--Vamos, ve por mí. Pídele el coche a tu mamá, ve y pide las invitaciones de Laura.
Mamá llega a la cocina conmigo, me sonríe y se sienta en frente de mí. Empieza a ver el correo.
--¡Está bien, está bien!--Digo--Pero, conste, que si me multan, ¡Tú lo pagas!
--Ya, vete, cierran en media hora.
Suspiro y cuelgo.
--Hay algo para tí--Dice mamá.
--¿Qué cosa?
--Una carta.
Ella tiende la mano y me la da.
 No  necesito saber de quién es.
Lo sé antes de verla.
La miro durante unos segundos y luego miro a mamá. Le sonrío de la manera más forzada.
Subo las escaleras como puedo. El alma se me ha caído a los pies. De repente me quedo sin fuerzas para subir.
 ¿Cómo está pasándome esto?
Levanto un pie. Después otro, y ese detrás del otro para subir las escaleras. Tengo que huir de la cocina.
¿Cómo puedo sentir este malestar con una carta?
 Un pie arriba. Quedan quince escalones. Tengo que alejarme.
¿Cómo es que él no se ha rendido?
Sube. Sube. Sube. Sube. Vete.
¿Cómo es que me está haciendo esto?
Un par de escalones más. Casi llego.
¿Cómo es que puede herirme de esta manera?
 Ocho escalones. Necesito huir.
¿Porqué quiere herirme de esta manera?
Siete.
¿Porqué?
Me agacho y avanzo gateando. No tengo fuerzas para subir.
 Un par de cartas en estos últimos años. ¿De qué me sirven? No llamadas, no nada. Sólo cartas huecas.
 Tres escalones.
Salgo gateando hacia mi habitación.
Cierro la puerta.
 Me arrastro hacia debajo de mi cama y saco la caja de zapatos morada. Ahí tengo las cartas.
 Cuando me abandonó, recibía un par de cartas por mes, nunca pasaban de tres. En ese tiempo no sabía qué esperar, pero la leía. En la primera habló de que había reconocido a un compañero de la universidad, que era mi maestro en ese entonces. Dijo que estaría al pendiente de cómo estaba académicamente. Luego puso un "Saludos". La carta terminó.
 Y fueron sólo cuatro lineas.
Cuatro lineas.
No hubo ningún "Te quiero". Ningún "Te extraño". Fueron cuatro lineas.
 La segunda fue peor: Era una carta de seis lineas, regañándome por el siete que me había sacado en matemáticas. Ni siquiera esta vez terminó con un "Saludos", terminó con un "Mejora".
 No me decidí si la tercera era buena o mala: Él había comenzado con un "Querida Lena", y luego había hablado sobre Navidad. Dijo que no podría ir ese año por su trabajo. Dijo que probablemente me vería en agosto. Aunque yo pude leer entre las lineas: No voy a encontrarme con tu madre. Terminó con un "Mucho Amor".
 La del mes siguiente era acerca de algo que se suponía que tenía que hacer (Según él) y no lo hice. En verdad no puedo recordar que fue. No tuve el valor de seguir.
 Las cartas están ahí, en esa caja.
Los próximos años recibí tres por mes. Nunca tuve el valor de leerlas. Quiero decir, lo intentaba, las abría, vagaba los ojos por las lineas, pero no podía concentrarme. No quería. Centraba la vista en un punto dónde no había letras. No quería enfrentarme a ello.
 No sabía cómo.
 No sabía como leer una carta dónde dijera lo mala que era. Lo decepcionado que estaba de mí. Era mucho.
 No sabía como controlarlo. Me sacaba se quicio. Me ponía nerviosa. Los sollozos se escapaban de mi pecho. No podía evitar sentir la histéria que recorría mi cuerpo.
 Estaba fuera de control.
 Ahora tengo la carta en mi mano. Ahí está. Está su nombre, el mío. Números. Direcciones. No puedo abrirla.
 Cierro los ojos y meto la mano en la caja. Saco una carta, la observo. Me pregunto qué dirá. No quiero saberlo. Miro las cartas más recientes. Ni siquiera están abiertas.
Miro la carta en mi mano.
No puedo. No ahora.
Me pregunto cómo es que hace unas horas era una chica normal, riéndo de cosas normales, con chicas normales, y después... En el piso. Llorando. Con una carta. Recordándo. En un estado despreciable.
 La cosa sería mejor si de repente llegara un metiorito y me atinara en la cabezota.
Sí, dejaría de chillar tanto.
Me dejo caer en el suelo exclusivamente para lamentar mi miseria. Pasa media hora para decidir que tengo que moverme.
 Me levanto, me pongo mi maquillaje, deslizo la carta en mi bolso y salgo de ahí con el peso del mundo sobre mis hombros.

--Sthep Stronger.

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