Reckless. Capítulo 15. "¡Oh, Kimera!"
Charlie
estaciona el auto en frente de la gran mansión que se cierne enfrente de
nosotros, de ladrillos rojos, con una cerca alrededor de fierro pintadas de
negro y pequeñas y estúpidas macetas en el alféizar de las ventanas.
--No me hagas esto, Charlie—Le digo en tono controlado, pero aún
así firme y fuerte.
No me responde. Ni siquiera me mira. Mantiene sus ojos fijos en la gran mansión, barra, infierno, barra, internado para niñas problemáticas, barra, donde por supuesto que sí hay que llevar uniforme.
Suspiro mirándolo también y aprieto mis piernas contra mi pecho aún más, incluso sabiendo que a Charlie le molesta que suba los pies al asiento.
Él suspira y pone el freno de mano.
--Vamos.
Me quedo ahí sentada, rodeándome las piernas, pero Charlie se gira para abrirme la puerta así que tengo que bajarme.
--¿Al menos hablaste de esto sobre Jordan?—Le pregunto, mientras
aparto la mano que pone en mi espalda.
Caminamos hacia las rejas, donde un señor bajito y medio calvo nos abre las puertas, dándonos los buenos días.
Cómo si tuvieran algo bueno.
--Lo hice—Me responde después.
--¿Y qué te dijo?
--¿Importa? Soy yo quién está a cargo de tu custodia.
Lo miro, deteniéndome. Y le lanzo el golpe que sé que le va a doler, y que a mí me va a costar.
--Pero ella está a cargo de mi salud mental.
Pone cara rara y yo sigo caminando hasta llegar hasta los escalones, donde Charlie me alcanza.
--Sabes que no estás jugando justo.
--No estoy jugando.
--Le estás diciendo eso a tu hermano mayor, quién te conoce desde hace
años—Se pone un dedo en la frente—Me sé cada una de tus jugadas.
Y luego él toca la puerta.
--Vete a la mierda.
Y sé que también me voy a arrepentir de ello.
Lo más extraño de todo es que no se enoja conmigo, al contrario, pone una mano en mi espalda y me soba en círculos, como si yo tuviera catorce años de nuevo y necesitara que me reconfortaran.
--Sé que te sientes enojada conmigo, Ridley. Y lo siento. Pero, no
exageres, sólo estamos conociendo estos lugares—Dice señalando el lugar.
--Los cuales en que, al final del camino, me vas a encerrar.
Sigue intentando consolarme.
--¡Apártate!—Farfullo, pero soy yo quién se aparta.
--Ridley…
--No—Le digo, intentando
ser firme, pero mi voz se quiebra un poco.
Al final suspira y siento su mirada en mí, hasta que se rinde. Segundos después, la puerta se abre.
Una señora menuda con lentes de montura gruesa y pelo castaño claro recogido en un chongo muy bien cuidado nos abre. Tiene una sonrisa amable, pero yo no me lo creo.
Yo no me creo nada que venga de éste lugar.
--Buenas tardes—Sonríe, aún si abrir la puerta del todo.
Mi hermano sonríe.
--Soy Charlie Sutton… Hice una cita con la directora dos días antes.
Ella me mira, y yo levanto una ceja, en un gesto definitivamente grosero. Ella o no lo nota, o finge que no lo hice.
--Claro—Dice finalmente, abriendo la puerta—Mi nombre es
Lisa. Síganme, por favor.
El interior no es el infierno, de cualquier manera. Está decorado con colores marrones oscuros y bajos y muebles de madera. Lo más extraño de todo, es que está casi vacío.
No sé. Me imaginé cientos de chicas con uniformes horribles y calcetas hasta las rodillas con miradas perdidas y labial rosa perfectamente colocado.
Me encuentro en cambio con algunos adultos sentados en las salas. Algunos hablando con una adolescente, otros simplemente conversando entre sí y también vi a algunas chicas pasar hacia otro lugar de la mansión. No puedo decir si son estudiantes o no, porque en una parte, están caminando con mochilas colgadas del hombro y se ve que conocen el lugar muy bien. Por otro lado, no tienen ni la mirada perdida ni las calcetas hasta las rodillas. No tienen uniforme. Ambas con pantalones de mezclilla y unas simples blusas.
Muy simple, la verdad. Supongo que mi mente es un poco más oscura de lo que debería.
--No es la mitad de diabólico, ¿Verdad?—Me anima Charlie,
siguiendo el hilo de mis pensamientos, de alguna manera.
Tiene que ser cosas de hermano mayor.
--Eso no quita el hecho de que te vas a deshacer de mí.
Suspira fuerte y me toma del brazo para que lo mire a los ojos.
--Ridley…
Pero no puede terminar lo que sea que me iba a decir, porque entonces la directora, una mujer de la misma estatura que Lisa, menuda también y con el pelo oscuro con mechas rubias aparece enfrente.
Ella no me agrada, desde ahora lo tengo en claro. Punto.
--¿Los Sutton?—Pregunta,
extendiendo la mano a Charlie—Mi nombre es Alma.
Lisa, Alma, puros nombres cursis. ¿Qué sigue?
--¿Ridley?—Una voz se eleva detrás de mí--¿Ridley Sutton?
Lo que sigue tiene piel morena, el pelo largo y castaño. Como lo era el de su hermana antes de que se lo pintara a negro-violeta. Una muchacha muy guapa que me está sonriendo.
--¿Victoria?--Digo lentamente
Victoria Kimberley Miller me devuelve la mirada y sonríe un poco.
Se encoje de hombros.
--Bueno, todos me llaman Kimberley.
Me quedo con la boca abierta.
--¿Qué haces aquí?—Le pregunto lentamente.
Se encoje de hombros de nuevo.
--Vivo aquí.
--… Kimera me dijo que estabas en la UCLA*.
Ella pone mala cara.
--Si, bueno, supongo que lo hizo.
Mi hermano me da un codazo. Parpadeo.
--Eh… Él es mi hermano… Yo, uh, tengo que irme. Lo siento.
Pero la directora Alma no parece tener inconveniente:
--¿Conoces a la señorita Miller, Sutton?
¿Qué? ¿Nos va a llamar por apellidos? ¡Eso es tan…! ¡Tan anticuado e irritante!
--Eh, sí. Más o menos.
Lo cual no es mentira, porque yo nunca hablé con ella antes. Bueno, lo hice como una vez o dos, cuando me pasaba a casa de Kimera años atrás, cuando ella seguía en la cuidad. Igual yo no lo hacía mucho, ya que a Kimera no le gusta la idea de tenerme en su casa, por una razón llamada PADRES.
Victoria me sonríe cordialmente.
--Es la mejor amiga de mi hermana pequeña.
Se hace un silencio incómodo. Así que la directora no tiene nada más que decir:
--Bueno, creo que debemos continuar. Adiós, Kimberley.
Victoria no protesta, pero me lanza una mirada un poco… ¿Desesperada? Y cuando doy la vuelta y camino junto con mi hermano y la directora, ella jala mi brazo.
--¿Cómo está ella?—Me pregunta en un susurro.
Se le ve preocupada.
¿Pero a qué se refiere?
--Eh, ¿Bien?
Abre la boca y luego una sombra le cruza el rostro. Me suelta.
--Tú no sabes nada. ¿Verdad?
--¿A qué…?
Pero mi hermano me llama parado junto con la directora unos metros más en frente. Le dirijo una última mirada confundida hacia la hermana mayor de mi mejor amiga mientras me doy la vuelta y me marcho.
Cuando volteo la cabeza, ella ya no está ahí.
ﻫ
--¿Adivina a dónde fui ayer?—Le digo a Kimera cuando siento
que ya es el momento correcto para hablar.
Ella remueve su café y dobla las piernas por debajo de la mesa del café al que solemos ir, pateándome en el proceso.
--Lo siento—Se disculpa rápido. Luego continúa—Déjame
adivinar. Fuiste a la casa de tu novio para enrollarte mientras sus padres no
están. No me digas.
Ruedo los ojos.
--Sabes que en verdad no es mi novio.
Ella sonríe burlonamente y me señala con el dedo.
--Tú, Ridley Elizabeth Sutton, no me engañas, princesa.
Ruedo los ojos de nuevo. Ella deja el café en la mesa y pone sus manos en el aire.
--Puedes poner los ojos en blanco todas las veces que quieras, pero tú
sabes que yo tengo la razón. Ese prototipo mal hecho de niño bueno te gusta.
--¿Prototipo mal hecho de niño bueno?—Repito, con burla.
--Ya lo sabes. Quiere que todo el mundo piense que es bueno, pero no lo
es.
--¿Y tú como sabes?
Se encoge de hombros.
--No sé si tu estas consciente de esto, pero todos tus novios han sido o
atletas o chicos malos. En caso de Max, doble amenaza.
Suspiro.
--Quién diría que iba a ser como una patada en el culo.
Ella saca una carcajada.
--Y algo me dice que tu chico Harry Potter, el niño que sobrevivió al
innombrable—Hace una pausa para alzar las cejas, mientras yo río cuando
proceso la broma y casi escupo el café helado de mi boca—No es un atleta—Prosigue—Y
si no lo es, entonces debe de ser un chico malo. Tiene que estar escondido
detrás de esa cara de niño lindo.
Agito la cabeza.
--Tú no tienes remedio.
Se encoge de hombros y da un sorbo a su café.
--Primero: No es mi novio. Y no me…--Ella alza las cejas y yo me
rindo.-Mira, yo… Yo tengo que descubrirlo.
Ella alza las manos.
--Está bien, pero yo ya te lo dije.
--… y segundo—Continúo—no fui a su casa. Bueno, si lo
hice, pero no pasó nada. Me refiero a ayer.
Ella alza una ceja.
--Te estás volviendo torpe, princesa. A tu enfermedad yo le pongo un
nombre, que empieza con H y termina con “Arry”.
Agito la cabeza, aunque sé que tiene razón.
--Escúchame, ¿De acuerdo?
Ella asiente.
--Ayer mi hermano me llevó a un internado.
Ella frunce el ceño.
--¿Sigue con eso? No pensé que lo decía enserio.
--Ni yo, pero parece que sí. El punto es que… ¿Porqué me dijiste que tu
hermana estaba en la UCLA* cuando yo nunca te he ocultado nada? Intenté
encontrarle la lógica al asunto, pero, yo no…
La cara de Kimera se ha deformado.
--¿Fuiste a Thorne?
Asiento.
--Y luego me encontré con tu hermana.
Ella se deja caer en el respaldo de su silla y me mira, seria.
--¿Te dijo algo?
Niego.
--No. ¿Cómo qué?
--Lo que sea.
Me encojo de hombros.
--Nada. Sólo me preguntó por ti, como si no hubiera sabido de ti en
siglos… Kimera, ¿Qué pasa?
Ella se pone derecha y despega su espalda del asiento. Toma su café sin mirarme.
--Kimera. ¿Porqué no me dijiste que en Thorne y no en la UCLA*? ¿Y por
qué está en Thorne? Pensé que era, ya sabes, buena. ¿Qué hizo? ¿Quemó un
edificio?
Kimera me mira de reojo, con mala cara.
--No lo sé. Me tengo que ir. ¿Te veo mañana?
Se levanta, pero le grito:
--¡Ey! ¿Qué pasa contigo? Kimera, ¿Qué me estoy perdiendo?
Frunce el ceño.
--¿Qué importa, de cualquier manera?
--¿Disculpa?
Ella se deja caer en su silla de nuevo.
--Tampoco es como si tú me contaras todo. Tienes tus secretos, y no te
digo nada.
--¿Pero qué dices? ¡Te he confiado todo!
Me señala con el dedo, con mala cara.
--Una palabra: Josselyn.
Me quedo con la boca abierta y tardo un segundo en contestar.
--¿Qué tiene?
--¡Te conozco! Sé que ustedes dos traen algo, sólo que no sé que es. Y
no te he preguntado ni una sola cosa. ¿O lo he hecho?
Niego con la cabeza, más para mí misma que para ella.
--Josselyn es cosa del pasado.
--¿Enserio? Porque de pronto has sido más amable con la zorra que, eh,
nos odia. ¿Lo recuerdas? Ella nos odia.
Hago una mueca.
--Ella no es una zorra.
--Es una perra.
--Kimera…
--Esto es a lo que me refiero. ¿Desde cuándo la defiendes?
Me mira, enojada.
--Estás exagerando.
--¡No lo estoy! Sólo digo que eres diferente. Y sabes que tengo razón.
--Deja de actuar como una niña.
Levanta una ceja.
--¿Cómo una niña? ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo?
Me echo hacia al frente.
--¿Estás dándote tú cuenta de lo que dices?
Niega con la cabeza, claramente frustrada. Y se levanta.
--Sólo recuerda que es ella quién te llamó Zorra Promiscua y te humilló
tiempo atrás. ¿Acaso lo has olvidado? Recuerda que era yo quién estaba ahí.
Empieza a darse la vuelta, pero yo hablo primero.
--¡Simplemente no entiendo porqué estás haciendo esto! ¡No es como si yo
fuera a ir detrás de ella! Simplemente no creo que ella sea una perra.
--¿Y cómo lo sabes, señora inteligente?
--Porque la conozco.
Se queda quieta.
Me doy cuenta de que sólo lo he empeorado.
--¿Tú la conoces?—Remarca cada una de las palabras.
Paso una mano por mi cabello.
--Ella… ella era mi mejor amiga, hace mucho tiempo. ¿De acuerdo? Antes
de convertirme en esto. No significa nada. Sólo que no es una perra en el
interior. En el interior es amigable. Y creo que estás siendo muy dura con
ella… creo que tenemos que dejarlo ir. Odiarla es estúpido.
Ella me mira, horrorizada unos segundos. No estoy segura de qué parte la tiene así.
--Entonces—Dice, lentamente—Creo que deberías volver a ser
su maldita mejor amiga de nuevo. ¿Por
qué no vas a su séquito junto con la otra, que, eh, también nos odia?
--Sunny tampoco nos odia—Intento razonar con ella.
--Púdrete, Ridley.
Y se va. La miro caminar hacia la puerta a paso furioso mientras intento cerrar mi boca y procesar lo que acaba de pasar.
--¡Kimera!—Grito, detrás
de ella. Pero ella no se gira. Simplemente sigue su camino y empuja la
puerta con brusquedad.
Las personas me miran, pero yo los ignoro.
¿Acabo de perder a mi mejor amiga?
No me responde. Ni siquiera me mira. Mantiene sus ojos fijos en la gran mansión, barra, infierno, barra, internado para niñas problemáticas, barra, donde por supuesto que sí hay que llevar uniforme.
Suspiro mirándolo también y aprieto mis piernas contra mi pecho aún más, incluso sabiendo que a Charlie le molesta que suba los pies al asiento.
Él suspira y pone el freno de mano.
Me quedo ahí sentada, rodeándome las piernas, pero Charlie se gira para abrirme la puerta así que tengo que bajarme.
Caminamos hacia las rejas, donde un señor bajito y medio calvo nos abre las puertas, dándonos los buenos días.
Cómo si tuvieran algo bueno.
Lo miro, deteniéndome. Y le lanzo el golpe que sé que le va a doler, y que a mí me va a costar.
Pone cara rara y yo sigo caminando hasta llegar hasta los escalones, donde Charlie me alcanza.
Y luego él toca la puerta.
Y sé que también me voy a arrepentir de ello.
Lo más extraño de todo es que no se enoja conmigo, al contrario, pone una mano en mi espalda y me soba en círculos, como si yo tuviera catorce años de nuevo y necesitara que me reconfortaran.
Sigue intentando consolarme.
Al final suspira y siento su mirada en mí, hasta que se rinde. Segundos después, la puerta se abre.
Una señora menuda con lentes de montura gruesa y pelo castaño claro recogido en un chongo muy bien cuidado nos abre. Tiene una sonrisa amable, pero yo no me lo creo.
Yo no me creo nada que venga de éste lugar.
Mi hermano sonríe.
Ella me mira, y yo levanto una ceja, en un gesto definitivamente grosero. Ella o no lo nota, o finge que no lo hice.
El interior no es el infierno, de cualquier manera. Está decorado con colores marrones oscuros y bajos y muebles de madera. Lo más extraño de todo, es que está casi vacío.
No sé. Me imaginé cientos de chicas con uniformes horribles y calcetas hasta las rodillas con miradas perdidas y labial rosa perfectamente colocado.
Me encuentro en cambio con algunos adultos sentados en las salas. Algunos hablando con una adolescente, otros simplemente conversando entre sí y también vi a algunas chicas pasar hacia otro lugar de la mansión. No puedo decir si son estudiantes o no, porque en una parte, están caminando con mochilas colgadas del hombro y se ve que conocen el lugar muy bien. Por otro lado, no tienen ni la mirada perdida ni las calcetas hasta las rodillas. No tienen uniforme. Ambas con pantalones de mezclilla y unas simples blusas.
Muy simple, la verdad. Supongo que mi mente es un poco más oscura de lo que debería.
Tiene que ser cosas de hermano mayor.
Suspira fuerte y me toma del brazo para que lo mire a los ojos.
Pero no puede terminar lo que sea que me iba a decir, porque entonces la directora, una mujer de la misma estatura que Lisa, menuda también y con el pelo oscuro con mechas rubias aparece enfrente.
Ella no me agrada, desde ahora lo tengo en claro. Punto.
Lisa, Alma, puros nombres cursis. ¿Qué sigue?
Lo que sigue tiene piel morena, el pelo largo y castaño. Como lo era el de su hermana antes de que se lo pintara a negro-violeta. Una muchacha muy guapa que me está sonriendo.
Victoria Kimberley Miller me devuelve la mirada y sonríe un poco.
Se encoje de hombros.
Me quedo con la boca abierta.
Se encoje de hombros de nuevo.
Ella pone mala cara.
Mi hermano me da un codazo. Parpadeo.
Pero la directora Alma no parece tener inconveniente:
¿Qué? ¿Nos va a llamar por apellidos? ¡Eso es tan…! ¡Tan anticuado e irritante!
Lo cual no es mentira, porque yo nunca hablé con ella antes. Bueno, lo hice como una vez o dos, cuando me pasaba a casa de Kimera años atrás, cuando ella seguía en la cuidad. Igual yo no lo hacía mucho, ya que a Kimera no le gusta la idea de tenerme en su casa, por una razón llamada PADRES.
Victoria me sonríe cordialmente.
Se hace un silencio incómodo. Así que la directora no tiene nada más que decir:
Victoria no protesta, pero me lanza una mirada un poco… ¿Desesperada? Y cuando doy la vuelta y camino junto con mi hermano y la directora, ella jala mi brazo.
Se le ve preocupada.
¿Pero a qué se refiere?
Abre la boca y luego una sombra le cruza el rostro. Me suelta.
Pero mi hermano me llama parado junto con la directora unos metros más en frente. Le dirijo una última mirada confundida hacia la hermana mayor de mi mejor amiga mientras me doy la vuelta y me marcho.
Cuando volteo la cabeza, ella ya no está ahí.
ﻫ
Ella remueve su café y dobla las piernas por debajo de la mesa del café al que solemos ir, pateándome en el proceso.
Ruedo los ojos.
Ella sonríe burlonamente y me señala con el dedo.
Ruedo los ojos de nuevo. Ella deja el café en la mesa y pone sus manos en el aire.
Se encoge de hombros.
Suspiro.
Ella saca una carcajada.
Agito la cabeza.
Se encoge de hombros y da un sorbo a su café.
Ella alza las manos.
Ella alza una ceja.
Agito la cabeza, aunque sé que tiene razón.
Ella asiente.
Ella frunce el ceño.
La cara de Kimera se ha deformado.
Asiento.
Ella se deja caer en el respaldo de su silla y me mira, seria.
Niego.
Me encojo de hombros.
Ella se pone derecha y despega su espalda del asiento. Toma su café sin mirarme.
Kimera me mira de reojo, con mala cara.
Se levanta, pero le grito:
Frunce el ceño.
Ella se deja caer en su silla de nuevo.
Me señala con el dedo, con mala cara.
Me quedo con la boca abierta y tardo un segundo en contestar.
Niego con la cabeza, más para mí misma que para ella.
Hago una mueca.
Me mira, enojada.
Levanta una ceja.
Me echo hacia al frente.
Niega con la cabeza, claramente frustrada. Y se levanta.
Empieza a darse la vuelta, pero yo hablo primero.
Se queda quieta.
Me doy cuenta de que sólo lo he empeorado.
Paso una mano por mi cabello.
Ella me mira, horrorizada unos segundos. No estoy segura de qué parte la tiene así.
Y se va. La miro caminar hacia la puerta a paso furioso mientras intento cerrar mi boca y procesar lo que acaba de pasar.
Las personas me miran, pero yo los ignoro.
¿Acabo de perder a mi mejor amiga?
-Sthep Stronger.
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