Mine, capítulo 31. "Fuego".
Golpeo una uña larga contra la madera café de mi piso.
Clap. Clap. Clap.
Me siento traicionada.
Clap. Clap. Clap.
Me siento como si fuera un pañuelo desechable. Para usar y luego tirar.
Clap. Clap....
No hay ninguna lágrima en mi rostro. Pero no me siento bien.
Nunca se va a sentir bien.
Hay alguien más ahí afuera. Alguien a quién eligió antes que a mi.
Clap. Clap. Clap....
¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? ¿Tengo que hacer como si nada de esto no hubiera pasado nunca? ¿Tengo que... intentar olvidarlo? ¿Hacer un hechizo para el olvido? ¿Qué? ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? ¿Podría echarme a llorar sin más? ¿Debo de? Me siento muy cansada para eso. Así que me pongo a tocar mi cara.
Parece que esa es mi mejor opción. Quién sabe. Tal vez lo es.
Sin embargo, dormir muchas horas no me ayuda en lo absoluto. Me despierto esa misma noche, a las cuatro de la mañana, y las mismas palabras me atrapan.
"¿Qué tengo que hacer ahora?"
Pero decido no intentar contestarlas hasta la mañana siguiente, cuando despierto. Pero tampoco sé las respuestas.
Así que, esta mañana, cuando me despierto, no sigo mi rutina de poner el despertador cinco minutos de pausa y cerrar los ojos y adormilarme, estándo pendiente de todos y cada uno de los sonidos de mi madre en su habitación de enseguida. En vez de eso, cuando me levanto, me siento en la cama y paso las manos por mi frente y mi cabello. Luego me aferro con las manos a mi colcha.
Pero tengo que ir a la escuela.
Me levanto y tomo el uniforme. Es el momento cuando recuerdo que no lavé la estúpida camisa de botones blanca. La tomo del cesto de ropa sucia y la huelo.
¡Qué demonios! Está bien. Me la pongo así.
Intento esconder la mancha fajándome la falda más de lo que suelo, porque siempre me dejo un pedazo suelto, a la altura del estómago, pero ahora no.
Me intento hacer una coleta de caballo suelta, pero, aunque lo repito tres veces, las ligas se me rompen. Así que al final lo dejo y me marcho escaleras abajo con mi mochila al hombro para tomar el desayuno.
Pero no hay gas.
Ni hay leche para el cerial.
Las manzanas me las acabé cuando llegué a casa, devorada por la ansiedad. Y es que cuando me da ansiedad, no me puedo despegar de la cocina. Pero sé que no puedo ganar peso así como así. Así me fui por la fruta.
Este día es un desastre.
Lo ha sido desde el primer momento en que me desperté.
Ni siquiera la miro.
Tomo mi cartera antes de que se me olvide y cruzo la puerta mientras digo:
Quién sabe.
Pero ella no me oye; Ya me he marchado.
Sí; Ha sido un día malo. Muy, muy malo.
Primero corro a la escuela para no llegar tarde, y en eso, me tropiezo en la banqueta y me sale una herida en la pierna. Sangra. Luego, cuando estoy en la escuela, un prefecto me dice que no entraremos hasta las diez y media. Que avisaron el día anterior.
Y es cierto. ¡Lo olvidé!
Murmuro groserías por lo bajo mientras camino por la acera.
¡Maldita sea!
Mi estómago ruge porque no he desayunado.
Camino por las calles en sentido contrario de camino a mi casa ya que son las ocho. Pienso en ir directamente a Hammilton's Street para alcanzar el camino más fácil a casa.
Hammilton's Street es mi salvación.
Pienso en todas las cosas que podrían ocurrir cuando llegue al metro, tal vez esté averiado todo y congelen lo servicios.
De solo pensarlo, me detengo y doy una patada en el piso.
¡No pueden hacer eso!
Un auto pita muy, muy, muy cerca de mí. Doy un respingo y pienso:
"Genial. Voy a morir."
Entonces alguien grita:
Giro para ver a quién le voy a meter el puño en la cara por haberme llamado Cariño, pero es Lucas quién me sonríe.
Por un momento, se me corta la respiración. Pero con eso, no puedo lidiar ahora. No estoy para andar con más problemas.
Hablo antes de pensar.
En vez de ofenderse, su sonrisa se ensancha.
Se ve tan guapo...
Sacudo la cabeza.
"Relájate, Lena, relájate".
Lanzo una risa.
Me doy la vuelta con la intención de seguir mi camino.
Lo miro.
Ruedo los ojos.
El agita la cabeza.
Sonrío.
El mira hacia las ventanas, intentando cambiar el tema.
Pimero me mira fijamente y luego empieza a soltar palabrotas entre dientes.
Chasqueo la lengua.
Camino derecho por la calle e intento alejarme de él, pero él da en reversa.
Sigo caminando.
Lo miro.
Pienso que es muy noble de su parte, pero estoy de mal humor, y no me interesa.
Sonríe.
Algo me dice que no se detendrá hasta que haya subido así que jalo la puerta de golpe y me subo.
Levanta una ceja.
Lo último fue sarcástico.
Sonrío.
Me sonríe de vuelta.
Saco el aire.
Levanta una ceja.
Dobla la esquina.
No dice nada más. De repente me suelta algo como:
Parpadeo.
Estaba total y completamente segura de que me seguiría preguntándo del psicologo.
Sacudo la cabeza.
Sonríe.
Sonrío.
Me mira. Con esa mirada...
Sonrío automáticamente. Sonríe de vuelta.
"Me gustas", aparece en mi mente.
Me detengo.
Parpadeo y aplasto el botón imaginario en mi mente "Detente y borra".
Pasamos en silencio el camino hasta un restaurante pequeño muy mono, con paredes de ladrillo y una chimenea.
Cuando entramos hay muchas personas del servicio que lo saludaban, chicas y chicos. Pues claro, a todo mundo le agrada Lucas. Debe de estar mal mentalmente al que no le agradara Lucas.
Me concentro en el calor de la chimenea, y no en las chicas guapas que le sonríen. Miro fijamente su reacción cuando ellas lo miran y le sonríen.
Casi me duele el pecho de alivio cuando descubro que no las mira de esa manera.
La mirada está reservada para mí.
Sonrío un poco y me muerdo el labio.
Cuando terminamos de pedir (Pedí un licuado de frutas con miel y una dona) él me pregunta:
Lucho para no atragantarme con mi saliva.
Ladea la cabeza.
Asiento con cansancio.
Nos miramos.
Reímos.
Sonrío.
Miro la misa, y luego a él.
Quiero saberlo. Busco en sus ojos, algún indicio. Algo.
Pero sólo puedo ver la chispa en su interior.
Su manera de mirarme.
Suspiro.
Lo miro fijamente. Sé que sólo intenta ayudar, pero me molesta. Me molesta que quiera saber todo y me molesta que yo quiera confiar en él. Me molesta que siempre termino diciéndole los detalles personales de mi vida. Todas esas cosas.
Pero él no se queda callado.
Parece tan tranquilo, allí, mirándome... Con esa mirada, por supuesto... Se ve tan sereno...
Y entonces abro la boca.
Se sienta derecho en su silla. Su rostro cambia. Ya no me mira de esa manera. Me congelo.
¡Yo y mi estúpida boca!
Su mirada me perfora, y tengo esa sensación de que en cualquier momento voy a salir corriendo gritando "¡FUEGO!"
Desvío la mirada hacia la mesa justo cuando vienen con el pedido. Observo mi dona de azúcar.
Fue una mala idea subir a su auto.
Pues sí; Este día ha sido horrible.
Pasamos medio minuto en silencio hasta que decido que es suficiente.
Lo miro a los ojos.
Me mira. Abre la boca. Intenta decirme algo, peor al parecer luego cambia de parecer y suspira profundamente.
Parece que no sabe que decirme. Como si estuviera midiendo sus palabras.
Pego la espalda a mi silla.
Pues no, no sé que contestarle.
Él pasa las manos por su cabello rubio ceniza.
Silencio.
¡Oh, maldita sea!
Se encoje de hombros.
Inclino la cabeza a un lado. ¿Cómo eso pude ser una respuesta?
Me rasco la cabeza. Silencio. Pienso seriamente el largarme, y, después de todo... Es mi estilo, ¿No?
Me doy cuenta de que esta conversación ya la hemos tenido.
Rompo la dona a la mitad.
Parpadeo.
De acuerdo, estoy casi desesperada.
Casi.
Entonces su sonrisa vuelve.
Y te juro que casi me levanto gritándo Fuego.
¡Oh, Dios mío! ¡Me está mirándo de esa manera de nuevo!
Me cruzo de brazos con una sonrisa insinuada en mi rostro, sabiendo que todo está bien entre nosotros de nuevo.
Y me alivia tanto que es casi doloroso.
Sacude la cabeza.
Nos sonreímos.
Me pregunto si Ellie tiene algo como cáncer.
Me estremezco.
Él mira su sándwich y luego me sonríe.
Evito su mirada.
¡Si que fue malo!
Pero me sonríe.
Y sólo pienso:
¡FUEGO!
-Sthep Stronger.
Fuego!
ResponderEliminarMe pusiste la piel de gallina hoy.
Besos