jueves, 10 de julio de 2014

Broken Dolls. Capítulo 1.

madhouse
Broken Dolls. Capítulo 1.


La primera vez que alguien además de mí se dio cuenta de que había algo mal conmigo, fue cuando intenté matar a mi hermana menor. Después de eso, la palabra que usaban para describirme no fue “rara”, ni “extraña”, ni ningunas otras palabritas inofensivas como esas. Empezaron a ponerme etiquetas. “Peligrosa”, ponían. “Demente”.
    No los culpo, sabes. Tenían razón. Los doctores tenían sus razones para decidir mantener su metro de distancia y mis padres tenían sus razones para evitar que saliera del manicomio y esconder a Macey de mí. Y me alegro por ello, porque no quiero volver a herirla (o intentarlo, para el caso) nunca más.
  Ella cumple cinco años hoy.
Mis padres no me dejarán verla, o darle una carta, o decirle que digo hola.
--Entonces le dije a Marian que le lavaría la boca con jabón si seguía hablando de esa manera tan inapropiada. ¡En la casa del señor, ni más ni menos! Mi hija Katherine se retorcería en su tumba si escuchara lo que su hija anda diciendo por ahí. Estuve con el padre Pascual el domingo y me dijo…--Trina Donovan cotillea sobre su hija y nieta Katherine y Marian. Piensas que no pasa nada con ella, pero las cosas cambian cuando te enteras de que ninguna de las personas que menciona realmente existen.--Cariño, ¿Podrías leernos un libro ahora? No puedo esperar hasta la cena.
  Tú esperarías que sólo un tipo de personas estarían en un manicomio. No es así. Aquí te encuentras de todo tipo de personas: Adolescentes, adultos y abuelos. Supongo que cuando se trata de locura nadie está a salvo.
    He oído que tienen a los niños en un lugar diferente. Me gusta creer que no hay niños aquí, pero los rumores dicen que en otro lado en la cuidad hay una clínica igual donde los tienen. Me asusta cuando pienso en Macey en un lugar así, como este.
  Sonrío a Trina Donovan, una mujer de unos sesenta años que no puede leer porque está prácticamente ciega. Viste pantalones de algodón de pijama gris y una camiseta igual, como el resto de nosotros. El uniforme varía, depende de quién seas: Si eres una adolescente femenina como yo, te dan uno de esos pantalones y una fina blusa gris de tirantes de algodón. Si eres un adolescente hombre, los mismos pantalones y una tira hueso. Si eres mayor, una camisa ancha que cubra absolutamente todo.
    Realmente no nos dan ligas, porque piensan que de alguna manera podríamos herirnos a nosotros mismos o a alguien más, aunque yo no sé cómo podríamos hacerlo. Así que mi pelo cae en ondas, largo y rojo-naranja.
  Supongo que no he alcanzado el nivel de locura y enfermedad malvada lo suficiente como para averiguar cómo matar a alguien con una liga.
--¡Lilah, Lexi, Earl! ¡Fallon nos va a leer ya! ¡Levanten sus traseros arrugados, por el señor!
Los tres ancianos dejan sus cosas y vienen hacia nosotros, en la salita en medio del área común. Bueno, el área común de los que no están tan dementes. Los peligrosos no tienen tanta suerte como nosotros: Los dejan salir de vez en cuando, y cuando pasa, los guardias siempre están sobre ellos para que no se maten o algo así.
  Lo sé porque solía estar en esa área.
Los cuatro ancianos a los que les leo todas las noches, después de la cena, se sientan en los sillones, esperando por mí, porque soy lo único real que tienen. Realmente nadie tiene nada real aquí. Sólo hay juegos de mesas con piezas faltantes y un viejo piano feo y viejo.
  Abro Romeo y Julieta donde lo dejé la última vez. Es la tercera vez que leemos esto, y no por mi decisión o porque no haya otros libros qué leer, sino porque ellos así los quieren.
   Supongo que el amor es una buena escapatoria de ésa horrible realidad.
   Si me preguntan, considero que éste libro es una mierda. Romeo estaba totalmente pensando en otra chica cuando vio a Julieta y luego valió chetos. Vio a Julieta, utilizó una analogía de mierda de un sol (me parece. Mierda, voy a comprobarlo porque lo estoy leyendo de nuevo) y ya estuvo. El chico sólo se quería meter en sus pantalones. O falda, para el caso. Se entiende el punto.
   Estoy en la mitad del discurso de mierda de Romeo cuando alguien toca mi hombro. Miro hacia arriba cuando veo al enfermero.
--Fallon, es hora de tu revisión.
  Nos hacen revisión cada cierto tiempo para checarnos mentalmente. De ahí deciden si ponernos más tiempo con el psicólogo o no y cosas así. Nunca nos dicen cuándo. Sólo nos llaman cuando el día llega.
  El mío es ahora.
Miro a mis lectores y cierro el libro, poniendo el separador.
--Lo sientoLes digo.
--Está bien, mi niñaDice Trina.
Me levanto, y veo que Lilah ya se ha ido; Mira a la nada con aire nostálgico. No es nuevo.
--Volveré prontoDigo.
Me voy junto a Cameron, el enfermero que  no me tiene miedo. No somos tan cercanos como para llamarnos amigos, y no creo que nunca en este mundo lo seremos, pero él me habla y me río de sus bromas.
  Él es una de esas personas que aún recuerda que somos humanos.
--¿Qué hiciste, Fallon?
--NadaLe digoEnserio.
Me cree. Tal vez le agrado porque no causo problemas.
  Caminamos hacia la oficina de mi psicóloga, con él deteniéndome del brazo, porque esas son las reglas, pero no me toma duro. Es más, casi ni me toca.
  Por una parte, me siento feliz de que alguien confíe en mí, por otra, tengo miedo de volverme loca de la nada y que él no me sostenga lo suficientemente fuerte.
 En la puerta, hay un cartel que pone:

Psicóloga
Kelly Price.

Me espera dentro.
Cameron suelta mi brazo y me dice:
--Buena suerte.
Asiento y le sonrío un poco. Luego miro la puerta, poniendo mi mano en el pomo de la oficina de la loquera.
    Fallon Hastings. Dieciocho años. Ex demente peligrosa extrema.
Bienvenidos a St. Gallen.



-Sthep Stronger.
Tal vez pasen un pequeño tiempo para que publique los demás, pero quería mostrarles lo que estoy escribiendo. Me siento emocionada :D

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