Fade. Capítulo 5.
La Libreta. Página 5.
¿Cómo salvar a alguien quién está tan feliz con su fría oscuridad?
Paso las páginas del cuaderno de cuero marrón de Isabel. Mi cuaderno de cuero marrón.. Mi manera de diario.
Hay sólo cuatro hojas escritas en él. Textos cortos, textos largos. Unas líneas cortas, otras no. Pero es mi manera de respirar.
Es mi manera de escapar.
Y es justo lo que necesito ahora mismo. Estoy saboreando el pequeño momento de tranquilidad mental cuando siento los pasos que bajan por las escaleras. Es el tío David. El hermano menor de mi papá, de treinta y pocos, un hombre alto y muy guapo que no he visto desde el funeral de mi hermana.
Suspiro y cierro mi cuaderno.
Él se toma el agua enfrente de mí, recargado en la encimera, con las piernas cruzadas y un brazo atravesado por su pecho mientras sostiene el vaso con la otra.
Suelto un suspiro y me froto la frente con la palma de mi mano.
Hay un deje de acusación en su voz.
Genial.
Inconscientemente cierro con más dureza el cuaderno y me levanto con más firmeza y rapidez de lo que pretendía.
No debí intentar hablar de lo que pasó a Isabel con mi madre. Si yo no lo hubiera hecho… ella no estuviera encerrada ahora en una habitación pequeña sin ventanas al exterior.
Lentamente me acerco a él y dejo de nuevo mis cosas sobre la isla.
Me mira a los ojos.
Me encojo de hombros.
Asiente y se queda en silencio. No es incómodo, sin embargo quiero salir de éste, así que tomo mis cosas y me marcho.
Pero mi nombre en sus labios me sostiene en mi lugar.
Eso es una manera particularmente linda de decir que mi madre entró en pánico y me asustó tanto que tuve que llamarlo.
La mentira sale tan natural y perfectamente limpia de mis labios cuando me encojo de hombros y digo:
ﻫ
Había una vez, dónde las cosas eran diferentes. Era una época lejana en un mundo que parecía distinto dónde mi madre era feliz, mi padre amaba su matrimonio, Isabel tenía amigos y yo podía dormir de un tirón por las noches.
Pero nada de esto importa. Sólo la penúltima.
Mis momentos de mi infancia son borrosos. Son escenas borrosas que se han gastado y quemado por los bordes, se han difuminado. Pero en todas estas, recuerdo a Isabel. Joven, entusiasta, feliz. Y Vivian.
Vivian.
El teléfono suena en el piso de abajo. No bajo a responder. Papá está dormido gracias a las pastillas de mamá en su habitación. No sé dónde está David.
La llamada suelta en el buzón de voz.
Una llamada de teléfono.
Cierro los ojos.
…Érase una vez, una mañana en un mundo ideal, dónde yo bajaba un sábado a comer el desayuno con mi familia. Mi madre sonreía y mi padre bromeaba. La radio sonaba. Una vieja canción Country. Los ruiseñores cantaban fuera. El aire fresco se deslizaba entre las ventanas. Tan perfecto. Luego, el teléfono sonó. Una vez, dos veces, tres. Mi mamá se levantó, con esa sonrisa en su rostro. Pero cuando se puso el auricular en la oreja, el suelo se desvaneció y todo se tornó en un negro cegador.
Mi hermana había muerto.
Y ahora otra llamada de teléfono anunció otra muerte. Trajo otro golpe al corazón de mi madre.
Vivian es una historia diferente.
… Érase una vez, una cama tendida de cobertor morado donde yo estaba acostada, y enfrente de mí, mi hermana de quince años acomodando su vestido azul oscuro de fiesta. Minutos después, una madre estacionó su carro rojo enfrente de nuestra casa. Dos adolescentes saludaban desde el cristal de la ventana. Una de pelo negro como el plumaje del cuervo, Cam. Otra, con pelo castaño y lacio, Vivian. Después de que Isabel se despidiera de mis padres y desapareciera dentro del carro, yo me quedé dormida.
Pero desperté. Pero era diferente. La noche ya había caído. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Es cuando sentí que me movía. Mi padre me sacudía. “Cassidy, despierta. Hay que ir al hospital”. ¿Al hospital? Y luego, paredes blancas.“¿Qué ha pasado?”, pregunté a papá; “¿Dónde está mamá?”. Silencio. Extendiéndose por todas partes. “¿Papá?”.
No me enteré de lo que pasó hasta el día siguiente.
Isabel tuvo un accidente.
No me enteré qué clase de accidente o porqué, hasta que escuché a mi padre hablando sobre ello con tío David, quién había llegado a la cuidad al saber.
“Isabel salió de la fiesta con sus amigas”, dijo mi padre entre sollozos, “Fueron a emborracharse a las vías de trenes. No sabían que estaban activas…” Y mi padre se ahogó en sus sollozos.
Cam cayó a la vía de tren. Todas estaban tan borrachas que no podían ayudarla a levantarse. Un tren venía.
La lluvia se encargó de limpiar la sangre. Pero no pudo limpiar la escena grabada con fuego en la parte trasera de la mente de Isabel.
ﻫ
David se da la vuelta y sonríe.
Miro el pan arriba del refrigerador.
Me siento en la sillita de la isla mientras él me pregunta qué quiero que me prepare para desayunar.
Él alza la ceja.
Se da cuenta de su error; “Dejaba”, de antes.
Suspira.
Me quedo callada, con los ojos clavados en él.
Se frota la cara.
Que me lo diga a mí.
Parece que los papeles se giran, porque ahora es él quién me interroga:
Y fue peor cuando alcancé el teléfono y asustada me encerré en el baño, marcándole a David, quién llamó a los loqueros mientras mi madre gritaba y golpeaba la puerta.
Aprieta la mandíbula.
Me quedo callada un momento. Y puedo ver en sus ojos que él sabe la respuesta.
Frunzo el ceño.
Me encojo de hombros.
Me mira con una chispa de algo en sus ojos. Parece alguna combinación de enojo, lástima y negación.
Me pongo a la defensiva, preparada para todos los golpes y las bombas que me va a lanzar.
Él levanta sus manos, mostrando sus palmas, a la altura de su rostro.
Relajo mis hombros y dejo pasar el hecho de que me llamó niña. Le pregunto:
Se encoje de hombros.
Se encoje de hombros.
Ríe un poco.
Lo entiendo.
Muchos padres son estrictos y educan a sus hijos de cierta manera con ciertas reglas: “No digas esto, no te sientes así, no recargues los codos en la mesa, di siempre por favor y gracias…”
Pero mis reglas eran más precisas.
Amarás a Dios sobre todas las cosas. No tomarás el nombre de Dios en vano. Santificarás las fiestas. Honrarás a tu padre y a tu madre. No matarás. No cometerás actos impuros. No robarás. No dirás falsos testimonios ni mentiras. No consentirás pensamientos ni deseos impuros. No codiciarás los bienes ajenos… Luego estaban los frutos prohibidos. Los frutos malos: Egoísmo, egocentrismo, orgullo, celos, posesividad… La lista de reglas continuaba. Era infinita. Tan difícil de seguir. Y lo peor, lo peor es que cuando actuaba de una de estas maneras, de repente para mis padres yo era la peor persona del mundo.
Lo entiendo.
Le sonrío amablemente y él me sonríe de vuelta.
¿Hasta que todo se resuelva?, pienso con furia, ¿Qué cosa? ¿Qué cosa se puede resolver aquí? ¿Qué mi madre deje de llorar por aquella hija que tuvo un trauma a los quince años? ¿Por qué esa misma hija murió un poco antes de cumplir los dieciséis? ¿O que deje de llorar porque su hija menor la abandona para ir al lugar donde su hermana mayor se desvaneció? ¿Qué deje de llorar porque ahora también Vivian está muerta, esa joven que era solamente un año mayor que yo?
¿¡Qué!? ¿¡Qué podemos resolver?!
Me trago las palabras y subo a mi habitación asintiendo con la cabeza.
ﻫ
Mañana ingreso a Ashford.
Han pasado ya las vacaciones y mañana tengo que partir para tomar mis clases el lunes temprano en ese internado caro.
Vacaciones con mamá metida en un manicomio, profesionalmente diagnosticada como Mentalmente Desorientada. Papá llega tarde a casa después de salir todo el día, a veces borracho, a veces medio dormido. A veces no sale de su cuarto. Y David se está haciendo cargo de mí. Le repito constantemente que no tiene que hacer esto, que puedo cuidar de mí misma, y que ahora no importa porque me marcho a un internado donde todo estará bien. No me hace mucho caso.
David no me deja visitar a mamá. Mi padre no ha hablado conmigo desde hace ya tiempo, así que no puede darme su opinión. Sin embargo, esta tarde le he dicho a David que voy a ir a estudiar a la librería porque no puedo concentrarme en mi cuarto. Pongo énfasis en la última parte para hacerlo creer que estar en esta casa llena de memorias me hace daño.
Tomo el metro para ir al manicomio.
Nunca me ha gustado pensar en lo que pasó aquella noche que apagó a Isabel. Intento no pensar en ello. Pero siempre que estoy en el metro no puedo evitar mirar las vías. Y entonces las imágenes borrosas de mi memoria tienen a Isabel, Vivian y Cam ahí. Y oigo a Isabel gritar, aunque sé que no es real.
Cierro los ojos.
Cuando llego, empujo la puerta con todas mis fuerzas y me dirijo hacia la mujer de la tercera edad con mucho labial rojo y pelo castaño. Pregunto por mi madre, pero cuando me pide el nombre y no estoy en la lista, y no soy mayor de edad, no me deja pasar. Explico que soy su hija, y le muestro mi credencial de la escuela para que compruebe el apellido.
Me deja pasar, de alguna manera.
Confían mucho en los apellidos y ésas cosas. Pero no cuentan con que tal vez me hayan prohibido venir aquí. ¿Quién es David de cualquier manera? No lo había visto desde el funeral de Isabel.
Mi madre está sentada en una sala de juegos junto con otras personas. Deben de ser tal vez quince en general. Tiene ropa cómoda, ha adelgazado, cara está sin maquillaje, y alguien le ha hecho una bonita trenza con su pelo corto.
No se da cuenta de mi presencia.
No creo que se de cuenta de nada a su alrededor.
Me siento en la mesa de fierro enfrente de ella, y coloco mis manos en la fría superficie. Levanta la vista.
En su cara se muestra el reconocimiento.
Sonrío aliviada, intentando no llorar.
Ella asiente.
Ella sonríe.
… ¿Qué?
Se lo pregunto.
Asiente.
Silencio.
Silencio esparciéndose por la sala llena, viajando hasta más allá, a cada habitación vacía. Como mi corazón.
“Mentalmente Desorientada. Claro que sí”
Por alguna razón, esperaba que fuera mentira.
Ella asiente.
Ella piensa.
Mi madre tiene alucinando desde hace meses. Genial.
Ella agita la cabeza y saca un lamento.
No llores, Cassidy, no llores.
Mi madre inclina la cabeza a un lado.
Isabel en la vida real estuviera devastada por la muerte de su mejor amiga. Incluso cuando después de ese accidente en las vías de tres perdieron contacto.
Si estuviera viva.
Asiente.
Yo sí.
Me imagino más o menos lo que tengo enfrente de mí.
Mi madre agita la cabeza con disgusto.
Yo entiendo; Eso es por lo que mi madre se alteró tanto. No fue exactamente por la muerte de Vivian en sí, sino porque alguien ahí afuera estaba matando niñas, en general.
¿Horas? No han sido horas, han sido meses. No puede ni siquiera tener la conciencia del tiempo.
Mamá asiente.
Mamá no me contesta.
Así es como Cam estaba la noche de la estación de tren. Mi madre está viendo sus memorias.
Ella asiente.
Ella suspira, pero seguido sonríe.
Ella alcanza mi mano y la sostiene entre la de ella.
Asiento, mirando disimuladamente cómo ella aprieta mi mano en la suya.
Ella sonríe mostrando los dientes.
La enfermera, morena y de edad media, se para ahí enfrente de nosotras con mirada cautelosa.
Mi madre se sacude, irritada.
Con la esquina de mi ojo veo cómo más enfermeros se acercan sigilosamente hacia nuestra mesa.
Mi madre se para de la mesa repentinamente, con sus ojos llameando y su ceño crispado.
Y entonces todos están sobre nosotras.
Los enfermeros se acercan a mí, y me toman de los brazos y de la cintura para alejarme de ella, pero ella se estira hacia mí y todo el mundo se vuelve loco. Algunos enfermeros la jalan fuera de mí, pero ella clava sus uñas en mi brazo y pronto comienza a arder. Me caigo hacia atrás cuando me jalan también. Mi madre grita mi nombre, pero los cuerpos no me dejan verla. Lo último que sé es que un señor mayor con bata impecablemente blanca pincha en el brazo de mi madre con una jeringa. Segundos después, hace efecto.
Ella deja que la inconsciencia la tome y la arrastre a ese lugar oscuro.
ﻫ
Oh, claro que lo serán.
No tiene ni idea.
-Sthep Stronger.
Me encanto!
ResponderEliminarya quiero leer el próximo capitulo!
Escribes muy bien, por cierto.
Un beso!
Gracias :)
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