Reckless. Capítulo 6.
Reckless. Capítulo 6. "Límites".
Cuando abro la puerta de mi casa, encuentro que Charlie está sentado en la
sala. Está esperándome. Tiene sus manos en su cabello negro y luce un tanto
preocupado.
Dejo caer mi mochila al suelo y ladeo la
cabeza mientras me acerco.
--¿Qué haces aquí? ¿No se supone que tendrías que estar en el trabajo, o
algo?
--Pedí permiso. Necesito hablar contigo.
La última vez que me dijo que
necesitaba hablar conmigo y había pedido permiso, fue cuando el director lo
llamó para hablarle de mi conducta.
--Escucha, Charlie; Te prometo que no he hecho nada malo, ¿De acuerdo?
Lo que sea que el director te haya dicho, es solamente un malentendido.
Aunque tal vez eso sea mentira.
Pero él agita la cabeza.
--No es acerca de tu conducta.
Aunque serviría que dejaras de hacer estupideces a cada diestra y siniestra.
Asiento, porque es verdad, pero otra
cosa muy diferente es que le haga caso.
--Muy bien. ¿Entonces de que quieres hablar?
--Recibí una llamada hoy. Una llamada muy importante.
Bufo y me dejo caer en el sofá enfrente de él.
--¿Sí? Bueno, yo también recibí una llamada importante hoy. Era la de la
manicura cancelando mi cita de las cinco, pero no por eso te llamé, ¿Verdad?
Rueda los ojos.
--Esto es serio, Ridley.
Frunzo el ceño.
--Bueno, sólo quería aligerar el asunto. ¿Qué pasa, pues?
--Es mamá.
Me remuevo en el asiento.
--¿Qué tiene?—Contesto bruscamente.
--Vuelve a casa. Estará aquí en dos días.
ﻫ
--Sabes que te adoro, Ridley, pero… ¿No crees que te estás pasando de la
línea? Sé que no te llevas bien con tu madre, pero…
Le hago
una mueca a Kimera.
--¿Me vas a llevar o no?
Ella toca su pelo violeta rizado, insegura, y dobla las piernas.
--Está bien, pero, ¿Estás consciente de que es permanente, no?
Me recargo en el pequeño sillón rosado del cuarto de Kimera.
--Sé en qué consiste un tatuaje, Kim.
Ella suspira.
--No me hagas esas caras, que tú tienes como once.
Me lanza una almohada con estampado de leopardo. La atrapo.
--Pero yo no me los hice para vengarme de nadie.
Me cruzo de brazos, pegando la almohada a mi estómago.
--No lo estoy haciendo para vengarme de…--Pero yo no le puedo
mentir a Kimera. Ella me conoce muy bien—Sólo llévame ahí.
Agita la cabeza, porque sabe que a
veces no tengo remedio. Pero acepta. Ella va hacia su escritorio y saca una
tarjeta de presentación.
--Llámale. Su nombre es Kate. Dile que vas de mi parte y pide una cita,
seguro te la da luego.
Tomo la tarjeta y le sonrío.
--Gracias, Kimmie.
Resopla.
--Pero aún pienso que lo que haces es una tontería, Scott. Sólo espero
que no te arrepientas en un futuro.
--Créeme; No lo haré. Ahora levántate, vamos a salir.
Frunce el ceño.
--¿ A dónde?
ﻫ
--¡De ninguna jodida
manera! ¿Estás loca? Te paso lo del tatuaje, pero esto ya es pasarse del
límite.
--¡Pero si es lo mismo que tú haces casi a diario!
Ella tiene que correr para alcanzarme mientras camino por la calle.
--Pero yo soy yo. Y tú eres tú. Y esto—Dice tomando la bolsa de
plástico de mi mano-- , no eres
tú. ¿Estoy perdiéndote?
Le doy un codazo.
--¡Deja de ser tan exagerada!
Ella frunce el ceño, como toda la vida, y se acomoda la camiseta blanca con el
dibujo de Campanita Gótica.
--Es enserio. Te estás enfrentando a tu madre de una manera propia de
una niña de doce años.
--Ellas nunca se harían un tatuaje.
--¡Pero si comprarían mil cajetillas de cigarros!—Dice,
levantando la bolsa y agitándola—Además tu odias el cigarro.
Se la arrebato y la guardo en mi bolso negro.
--Déjalo, Kimera.
Suspira.
--¿Y a dónde vamos ahora?
--A hacerme otras tres perforaciones en la oreja.
Ella me mira fijamente, pero no dice nada. Sólo me sigue por la calle hasta que
llegamos a una joyería.
Los aretes no duelen nada cuando te
los ponen, duele después. Lo digo por experiencia, ya que tengo tres. Pero
necesito otros tres en la otra oreja.
Kimera se sienta y me mira con
desaprobación cuando yo me siento en el sillón y me hago la cola de caballo
para que la mujer me pueda hacer la perforación. Cuando termina, me levanto y
me miro en el espejo. Supongo que la mujer no ha notado que para Kimera esta no
es una buena idea, porque sonríe y se gira hacia ella, preguntando:
--¿Tú también vas a querer uno, querida?
Kimera niega y se quita el cabello de las orejas para que la mujer pueda ver
los distintos aretes en sus orejas. No sé porqué se enoja tanto, que ella ha
llegado a un extremo más alto que el mío. Ella tiene trece perforaciones.
La miro de reojo mientras giro mi
cabeza a un lado y a otro para contemplar los aretes nuevos.
--Me quedan dos días—Murmuro.
--Sigo pensando que es estúpido.
La miro en el espejo.
--Pensé que de aquí tú eras la más extrema.
--Extrema, no loca. Hay una línea entre esas dos. Y tú ya la cruzaste.
Ruedo los ojos.
--¿Me acompañarás cuando me haga el tatuaje?
Suspira.
--Claro que sí. Cuando te duela como el infierno me suplicarás que
sostenga tu mano.
Sonrío y me acerco a la mujer para pagarle.
--¿Sabes qué estaría bien?—Le sonrío a Kimera—Si me pinto las
puntas del pelo de color. El azul es lindo.
Ella abre la boca para gritarme.
ﻫ
--Me queda un día—Murmuro al día siguiente, mirándome en el
espejo. Me miro desde los aretes extras en mis orejas hasta el mechón grueso
azul en mi pelo. Kimera me aparta el pelo a un lado para ponerme crema en la
espalda, donde está mi tatuaje.
Dolió como el infierno.
--¿Te piensas fumar toda las cajetillas que compraste?—Me
pregunta.
--Pensaba más bien en regalártelas y que me des las colillas para
esparcirlas por la casa cuando ella vuelva.
Frunce el ceño, ya que es su especialidad.
--Ni crea que me voy a fumar todas ésas.
--Puedo ayudarte.
Me mira con ojos asesinos.
--Es más de lo que puedes soportar y tú lo sabes.
Me encojo de hombros y ella cambia el tema.
--¿Qué le dirás a tu hermano cuando te vea?
--No verá las aves en mi espalda.
Me giro para contemplarlo en el espejo. Es muy bonito.
--¿Y los aretes? ¿El mechón?
--No se fija en los aretes. Es muy despistado y tengo mi cabello para
cubrirlo. En cuanto al mechón, me dirá que estoy loca.
--Es que lo estás.
Giro los ojos.
--Tienes que entenderme.
Su mirada se suaviza.
--Es que esto no eres tú. Siento que estoy con una extraña.
Le sonrío.
--Dejaré de fumar cuando ella se vaya. Y me quitaré el mechón.
Me mira, no avergonzada. Ella siempre es directa y honesta.
--¿Y si ella no se marcha nunca?
Me miro al espejo y abro la boca.
Nunca me lo pregunté; ¿Y si ella no se
marcha nunca? ¿Y si se queda para siempre?
Siempre di por hecho que se iría en algún momento.
--Entonces fingiré. Como en la escuela. Como siempre.
--Serás una desconocida en tu propia casa.
Suspiro.
--Es todo lo que tengo.
Ella me mira a través del espejo como si no pudiera estar más equivocada, pero
no me dice nada.
--Pero en cuanto empieces a ser falsa conmigo,—Me amenaza, entre
dientes—tendrás que conseguirte otra amiga.
Le sonrío.
--Lo prometo—Digo, siendo honesta.
Y Kimera no tiene más que confiar en
mí. Porque eso hacen las mejores amigas.
--Sthep Stronger.
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