Reckless, capítulo 2. "El chico de al lado".
Me cruzo con unos
ojos azules cuando voy por mi tercera copa. Kimera se ha puesto tan pero tan borracha que se ha puesto a coquetear con un chico. De esos chicos que en cuanto los ves sabes que son problemas. Sabes de los de su tipo. Y es como un cartel enorme que cuelga en su pecho. Un niño guapo y rico. Doble amenaza. Así que me fui por una bebida rápida para no dejar a Kimera sola con ese niño lindo del cuál no me sé el nombre.
Sin embargo ahora me entretengo cuando unos ojos azules brillantes se detienen en mí.
No creo que lo conociera. Si iba en mi escuela yo no tenía forma de saberlo, porque aunque no era cruel con nadie, muchos me eran iguales. Yo no soy de recordar nombres. Aunque yo tal vez lo hubiera recordado a él. Sé que en cuanto me vaya de la fiesta saldré con su cara impresa en mi mente.
Quiero mirarlo por más tiempo, pero tengo una reputación. Así que dos segundos después de darle una mirada, volteo con indiferencia y me inclino hacia la barra.
Generalmente fingir ser quién soy no es duro. Pero a veces me interesan cosas que se supone que a alguien como yo no debe interesarle. Y yo soy muy curiosa. Como ahora, que quiero voltear hacia él porque aún siento sus ojos en mí.
Tampoco es como si me hubiera enamorado de alguien a primera vista. Eso es estúpido. Increíblemente estúpido. Es sólo curiosidad. ¿De qué? Bueno, no estoy segura. Tal vez de esos ojos. Que no dejaban de mirarme.
Y no es como si me molestara.
Atrapo una botella en la barra y vacío lo poco que queda en mi vaso.
Siento que Ojazos Azules se mueve hacia mi cuando Kimera abre la puerta estrepitosamente.
Sonríe.
Ella me frunce el ceño y me quita el vaso de la mano.
Ella se da la vuelta y sale por la puerta tarareando una canción entre sus labios.
Suspiro mientras busco una botella con más alcohol en la barra.
Es el chico Ojazos Azules. Ahora que me ha hablado puedo mirarlo. Ignorarlo sería un equivalente a ser una zorra, y las chicas como yo no tienen que ser necesariamente zorras. O no todo el tiempo.
Miro al chico. Es alto y pelo marrón. Y me sonríe.
Levanto la mano hacia el gabinete de madera cuando Ojazos Azules se acerca y se sienta en la silla en frente de mí, al otro lado de la barra.
Sonrío irónicamente.
Rueda los ojos y sonríe.
Suelto una risita.
Levanta una ceja y ahora los roles cambian.
Me sonríe de esa manera irónica y yo le saco la lengua como si tuviera cinco años.
Pero estoy bromeando; Nunca me he vengado de nadie.
Hasta ahora.
Él ríe.
“Mierda”, pienso cuando tomo un sorbo del vaso.
Se supone que a chicas como yo no les importa. No me importa. La curiosidad es mala.
“Mierda, mierda”.
Ese es el problema; Me gusta hacer amigos, pero me gusta más ser quién soy.
Pero igual me arrepiento. ¿Y qué si me dice algo así como que murieron? Dios, esas cosas me ponen jodidamente deprimida.
Levanto las cejas y sonrío.
Levanto mi vaso y bebo.
Agito la cabeza a modo de negación, y sonrío.
Me estoy yendo y sonrío divertida cuando lo oigo decirme:
Salgo de la cocina buscando a Kimera, pero no la encuentro. Entonces es cuando el pánico me toma; ¿Y si ese niño bonito se pasó de listo y la llevó a una de las habitaciones de arriba? Dios, ella está tan borracha que no me sorprende nada.
Las personas me miran mientras camino por la sala con mi vaso en la mano. Las chicas con curiosidad y los chicos como un reto. Pero por supuesto; No todos me miran. Algunos chicos tienen una relación que en verdad les gusta y las chicas tienen una vida propia. De ese tipo de chicas que se sienten cómodas siendo quiénes son. Pero son pocas. Pero no importa, porque ellos me miran.
Y tú no muestras tu lado sensible cuando todos te están mirando. Ni siquiera tengo tiempo para preguntarme si las miradas indican que mi falda me hace lucir como una zorra o no, porque estoy demasiado ocupada intentando no gritar el nombre de Kimera.
Tengo que ser paciente. Muy paciente. Tengo que disimular. Es por eso que cuando veo a una chica que está en mi clase de matemáticas, rubia y bajita, la saludo, aunque no me sé su nombre. Ella me saluda de vuelta un poco desconcertada. Empiezo a hablar con las personas hasta que dejan de mirarme finalmente y luego me deslizo hacia las escaleras, escuchando la música tronando en mis oídos.
“Por favor, que no se esté enrollando con nadie, por favor…. Nunca me perdonará que la haya perdido de vista cuando está tan borracha”.
En ese entonces Josselyn viene y se me pone en frente de mí, bloqueando el paso para continuar subiendo las escaleras. La miro, frunciendo el ceño.
Ya, que he dicho que no soy una zorra/chica pesada/cruel con nadie, pero siempre ha excepciones. Ésta tiene nombre: Josselyn Anne Harrison.
Y si me preguntan cómo lo sé, es porque tengo mi pasado con ella. Ella sabe quién era yo antes de esto.
El punto es que Josselyn nos odia. A muerte. O bueno, que estoy exagerando, pero no le agradamos Nada. Y nosotras a ella, de cualquier manera. Porque Josselyn Harrison era una zorra en toda regla. Es cruel y una sabelotodo. Ese tipo de rubias con bolsos caros y labial rosa intenso. Un completo cliché. Sólo que en vez de ser rubia tiene el cabello rojizo-anaranjado. Es tan aparentemente perfecta que me dan ganas de vomitar cada vez que la veo.
Sin embargo, yo en el fondo estoy asustada de lo que ella puede hacer. ¿Y si le dice a alguien que yo no siempre fui así? ¿Y si le dice que es porque mi madre me abandonó? ¿Qué si habla?
"Por favor, Josselyn, por favor, no hables".
Tengo que morderme la lengua para no suplicarle.
Y es tan mala fingiendo que también me dan ganas de vomitarle encima.
Pero Josselyn no se mueve. Ni un centímetro. Sólo se queda ahí mirándome con una sonrisa en su rostro, como si yo no acabara de abrir mi preciosa boca.
En mi interior abro mucho los ojos, espantada de que mencione algo, pero me quedo serena.
"Por favor, Josselyn, no le digas a nadie que fuimos amigas. No le digas a nadie sobre todas las veces que fuiste a mi casa. No le digas nadie sobre los secretos que compartíamos. Por favor, Josselyn, no hables"
Ella traga saliva fuerte y muestra su cara de fastidio.
Dios, que parece una niña.
Tengo un muy buen comentario en la punta de la lengua, pero al final sonrío, lo que en verdad es una mueca que dice algo así como “Soy más inteligente que tú”.
Literalmente puedo ver cómo se pone roja de la rabia.
Eso parece suavizar su enojo y dice algo así como “Lo sé”, mientras presume su esquelético cuerpo metido en esa cosa roja.
Lo cual, si lo pensamos bien, no es mentira. Yo sí como, al contrario de ella. Yo tengo con qué llenarlo. Pero parece que ella no piensa lo mismo, porque rápidamente sus mejillas se encienden y me levanta el dedo medio. Le tiro un beso mientras me marcho y me pregunto si Josselyn estaba siendo honesta cuando dijo que Kimera estaba allá arriba.
“Por favor, que no esté enrollándose con alguien, por favor, que no esté enrollándose con alguien”.
Cuando me paro frente a una puerta oigo risitas de una chica al otro lado y un cinturón caer al suelo estrepitosamente.
“Mierda, mierda, mierda”.
Me doy la vuelta y me encuentro con Kimera dentro del baño. La puerta está abierta de par en par y puedo verla sentada al borde de la tina.
Pero se oía tan borracha como estaba.
“Mierda, mierda, mierda, mierda”.
Y entonces le da hipo.
Nos quedamos sentadas en el baño alrededor de una hora, y en eso hago que Kimera se mojara un poco la cara para espabilarse y yo me despeino y desabrocho los dos botones superiores de mi blusa de encajes para que parezca que me he metido con alguien. Kimera hace lo mismo bajando el cierre de su vestido pegado, revolviéndose el pelo y despintando sus labios. Y después bajamos las escaleras, riéndonos con un vaso en la mano que encontramos encima de un mueble. Quién sea que había dejado su bebida ahí, gracias.
Lucimos incorregibles.
Cuando los chicos lentamente se van acercando, yo sacudo mi cabeza y digo que ya tuve suficiente. Luego arrastro a una Kimera borracha hasta su auto mientras yo tomo el volante.
Pero hay un problema: Yo también estoy borracha. No tanto como Kimera, pero empiezo a sentir el mundo moverse y todo se pone borroso frente a mis ojos.
Sonrío y recargo mi cabeza en el volante, mientras me pregunto qué hacer.
Entonces me doy cuenta de que ese chico Harry acaba de salir y saca un cigarrillo de su bolsillo de la chaqueta.
No quiero pedir ayuda.
Las personas como nosotros no lo hacemos.
Punto.
Pero no soy tan estúpida como manejar borracha cuando no me falta mucho para terminar cantando una canción de los años noventa justo como Kimera lo hace en este momento.
Entonces agarro aliento, valor y rezo rápido para que él nunca mencione esto.
Y grito:
El voltea y sonríe. Agito la mano en señal para que se acerque.
Me analiza, desde la punta de mi cabello despeinado, pasando por los aros extra en mis orejas que me fui a hacer con Kimera hasta mis blusa, que tiene dos botones desabrochados.
Hace una mueca, como si algo le desagrada. Generalmente no me importa, pero por un segundo me pregunto si lo que hice en verdad fue una buena idea.
Sacudo la cabeza.
Sonríe, un poco tímido.
Me lamo los labios.
Levanta una ceja.
Sacude la cabeza.
Kimera se queja.
Río.
Harry me abre la puerta para que salga y yo le entrego las llaves mientras le digo la dirección.
Sacude la cabeza.
Pero yo en verdad no fumo. Kimera lo hace, pero yo no. Quiero decir que puedo hacerlo, darle una o dos caladas, pero me repugna. No le encuentro sabor, o sí: Sabe como meterte un calcetín sucio a la boca. Es asqueroso y desagradable. Además te manchan los dientes.
Finjo buscar en mi bolsa y frunzo el ceño.
Y entonces, cuando él dice:
Yo recuerdo que esta técnica de mostrarle al nuevo que no se quiere juntar conmigo no sirve con él, porque, como la mitad de las personas que he conocido, él fuma. ¿Pero cómo es que se me pasó, si lo acabo de ver?
Me pasa el encendedor y prendo el cigarro. También me doy cuenta de que ya está hecho, de cualquier manera; Ha visto mi falda que definitivamente me hace ver como una zorra, mi blusa desabrochada, que tomo como loca (O no, pero he traído un vaso en la mano toda la noche) y sabe que fumo. No hay que ser muy inteligente para descubrir que traeré problemas.
Sonrío en vez de hacer caso al impulso que me obliga a querer tirar el cigarrillo por la calle y a lavar mis dientes al menos quinientas veces.
Suelta una risa y hace lo que le pido. Miro hacia atrás cuando me doy cuenta de que está muy silencioso, y me doy cuenta de que Kimera está dormida.
Conforme nos vamos acercando, él frunce el ceño.
Cuando lo repito, él no dicen nada, y cuando estamos en la calle, él dice:
Señala una casa amarilla.
Sonrío.
Suelto una carcajada en el momento en que estaciona frente a mi casa.
Salgo del auto y saco las llaves de mi bolso.
Pone cara de extrañado.
Abro la puerta y me giro para verlo cargándola.
Le abro el paso para que deje a Kimera en el sillón de la sala y luego me mira y sonríe.
Ruedo los ojos.
Sonríe, como si supiera algo que yo no.
Me irrita que las personas sean tan buenas conmigo cuando yo los trato como basura.
Lo veo caminando hacia atrás mirándome y luego sonríe por última vez antes de irse.
Ya, que no me esperé esa respuesta.
Frunzo el ceño mientras cierro la puerta y pienso que no lo he intimidado.
Mierda.
-Sthep Stronger.
Me encanto!!! seguiría leyendo...pero me tengo que ir a comer y ha hacer tarea!!
ResponderEliminarHarry!! me encanta!