Mine, capítulo 21. "Calor".
Es viernes. Otro viernes. Viernes en el cual me siento en la sala, prendo la televición y no hago ninguna tarea. Tengo estrictos planes de no hacer nada, recetados por mí: Esta última semana ha estado agitada: Laura, Laura, Laura.
Y luego está Laura.
Pero realmente es por el bebé: Ella quiere ir a comprar cosas y ni siquiera tiene un mes.
Será un desastre de madre.
Debería sentirme culpable por pensar eso de mi prima... Debería. Pero no lo hago.
Pobre niño.
Entonces mamá entra en la sala cuando escucho el zumbido de un carro afuera de la casa.
Sacudo la cabeza.
Rueda los ojos.
Aunque en verdad yo lo había sospechado desde el principio: Debía de haber una razón lógica por la cuál el estuviera con ella.
O a lo mejor José no se pudo conseguir algo mejor.
Después de unos cuantos comentarios, mamá se marcha.
Reviso el reloj: 2 pm.
Una tarde para mí sóla. Sonrío y prendo la televición. Ni siquiera sé qué película es, ni siquiera me importa.
Un tintineo me despierta. No, no, espera, no es un tintineo ya, ahora es un tintineo acompañado con una guitarra eléctrica.
¿Pero qué demonios?
Entonces caigo en la cuenta de que es mi celular. Y de que estaba dormida. La televisión sigue prendida. En el reloj son las 8: 36.
Tomo el apartatito negro. Es Sara. Tal vez me pida una de esas babosadas de damas de honor, así que no le devuelvo la llamada.
Aviento el teléfono a mi lado del sillón y me acomodo para dormir de nuevo. Pero mientras la corriente del sueño me arrastra hacia abajo, una parte de mi mente piensa en las cartas.
Cartas, cartas, cartas.
Las cartas que no he siquiera abierto y la abierta que sigue en mi bolso. Sin leer, claro.
Abro los ojos.
¿Y si las quemo?
Los cierro de nuevo.
Probablemente ni siquiera salgan de esa caja de zapatos en un largo tiempo.
No quiero pensar en cartas. Es viernes. Es mi día de relajo. Nada de cartas.Me obligo a mi misma a dormir. Tienen que pasar cinco minutos para deducir que ahora de ninguna forma voy a dormirme.
Intento hacer otra cosa para sacarme de la mente las cartas, como ir a la cocina y hacerme un sándiwsh con mucho queso.
Mientras hago el sándwich me pienso qué siento hoy: ¿Depresión? No. No cómo la última vez. Sólo estoy algo perturbada.
De acuerdo, estoy muy perturbada.
¿Dónde está mamá?
Voy con el sándiwsh hasta la sala y reviso mi celular. Muerdo el sándwich.
Una llamada perdida: Sara...
Que rico queso.
... Y dos mensajes.
El primero:
"Estaré ayudando a Sara y Laura con algunas cosas de los locales de la boda.
¿Haces la cena? Te quiero"
Es de mamá.
El segundo mensaje:
"¿Cómo has estado? Te extraño. Necesitamos hablar. ¿Tienes tiempo?
Devuélveme del mensaje, por favor."
¿Llamar? No lo creo.
¿Nunca se rinde?
Sé que no estoy deprimida y al borde del colápso porque mi primer impulso no es llorar como cuando tenía unos doce años. Mi primer impulso es querer gritarle en el teléfono porqué demonios no es capas de dejarme en paz.
Pero en vez de hacer eso me voy por la carta en mi bolso y me siento en el sofá con mis rodillas contra mi pecho, con los pies sobre el sofá.
Veamos.
"Querida Lena:
Ha pasado un tiempo desde la última vez que hablámos...."
Y es suficiente para mì. Hasta ahí. Ya no puedo más: Estoy temblando a lo bestia. No por miedo, si no porque no puedo creer que me caiga tan mal; Quiero decir que es suficiente, no puedo leer eso porque no quiero ver más mentiras y porque probablemente escucharé su voz dentro de mi cabeza, y eso me hace enloquecer. Me hace enojar que no me deje en paz.
Es suficiente para mí por hoy.
Pero no es lo peor: Me siento perturbada y con mucha rabia. Mucha. También con miedo, pero eso ya es otro asunto; El miedo será parte de mi vida por siempre.
Cómo me cae mal.
Dejo el sándiwch de lado y camino de un lado a otro, y hago lo primero que se me ocurre para pensar en otra cosa: Voy corriendo la baño, abro la regadera, y me paro bajo de ella.
Debo de estar loca.
No, no. Debo de estar definitiva y completamente mal de la cabeza.
Después de unos minutos ahí dentro, salgo con la ropa empapada y empiezo a temblar muy a lo baboso de nuevo. Pero ya no hay rabia. Es lo que provoca el agua congelada.
El agua hace milagros.
Me pregunto qué pasará si me baño en agua bendita.
La sensación de tranquilidad es tan exquisita que me pongo a reír mientras me saco la blusa. Voy en ropa interior hacia mi habitación y saco la caja. Cuento: Veinte cartas. Quince abiertas. Tres leídas.
Un millón de frustración: ¿Cómo soy tan cobarde? No, no: No lo quiero saber.
Busco algo decente en mi armario y luego veo el reloj: 10: 15.
De acuerdo: Nuevos planes: Ver una película de comedia y luego hacer llamadas de bromas a números desconocidos. ¿Quién les manda no tener identificador de llamadas?
Pero mi celular suena. "Llamada desconocida".
Pero aún así contesto.
Pero qué estúpida soy. ¿Quién me manda a contestar a un número desconocido?
Esa voz...
Hay una pausa.
Reparo en que se oye un eco.
Ríe.
No me toma más darme cuenta que está borracho.
Niego.
Tardo diez minutos para que me de la dirección. Los primeros cuatro porque su celular cayó y se cortó la llamada, y el resto porque no paraba de balbucear y cambiar el tema.
Tomo mi abrigo mientras pienso en cómo lo voy a matar.
Al parecer Sara vino por mamà, porque el carro está estacionado afuera.
Gracias al Cielo.
Ah, sí: ¿ Y si lo ahogo?
El ruido de la música Rap podría dejarme sorda de por vida. Además es una canción horrible. Toco la puerta marrón de la casa y una chica me abre la puerta. Pelirroja, de mi edad, y unos grandes ojos castaños.
Ella abre los ojos.
De acuerdo. Ahora estoy confundida.
Ella me toma del brazo y me conduce por toda la habitación dónde hay tipos bailando, sí así se le puede llamar, y manoseando a sus parejas. Hay alcohol en cada rincón de la casa.
Pelirroja me conduce hacia la puerta trasera, cerca de la cocina.
Me pregunto lo que "Amable", puede implicar. ¿Unos cuantos besuqueos? ¿Una cita? No quiero saberlo.
Pelirroja abre la puerta y me señala al exterior.
Lucas está sentado en una silla plegable, con sus manos en su cabeza y los codos en las rodillas.
Pelirroja se cruza de brazos.
Él levanta la cabeza y me mira.
Suspiro.
Tan borracho como una cuba.
El señala detrás de él. Hay tal vez como veinte botes de cerveza vacío.
Estoy a punto de insultarlo, pero no es el momento, asì que lo tomo del brazo y lo ayudo a levantarse. Pelirroja me ayuda con el otro brazo.
¿Ridley? ¿La chica que anda detrás de Noel?
Lucas de pronto tiembla y se suelta de nosotras. Corre y vomita en el césped.
Suspiro fuerte. ¿Cómo ha tomado tanto?
Ridley me mira.
No replico. Ambas tomamos a Lucas de los brazos de nuevo y tardamos cerca de media hora para subirlo por las escaleras. El se tambalea y se aferra a sentarse en los escalones.
Él gatea penosamente unos cuantos escalones antes de levantarse de nuevo. Cuando llegamos al segundo piso, Ridley abre una puerta. Es la típica habitación de adolecente que no ha cambiado de mobiliario: Cómoda blanca, colcha de corazones, una mesedora de madera, cojines rosas y paredes color morado fuerte. Pero aún así ha intentado mejorarlo visiblemente: Las paredes tienen un tapiz arrancado, tal vez de princesas, y encima hay posters para tratar de disimularlos. Hay una tabla con fotos pinchadas y pinturas esparcidas por el tocador. Enseguida de la mesedora hay una caja con revistas.
Ridley me ayuda a tirar a la cama a Lucas. Se dirige hacia el armario de madera y saca una bolsa de lana.
Asiento, aunque no estoy entusiasmada por limpiar lo que él expulsa.
Ridley pone un mechón rojo detrás de su oreja.
Asiento y miro a Lucas con rabia. ¿Còmo fue tan estúpido como para tragarse todo eso?
Me encojo de hombros cuando pienso que no es razón suficiente como para no gritarle unas cuantas palabras.
Ridley hace una pausa cuando toma una prenda blanca.
Siento un cosquilleo en el estómago: ¿Fui yo?
Me encojo de hombros.
Ella se levanta y asiente. Pone una mano en el pomo de la puerta. Espera.
Y después se marcha.
Miro a Lucas. Esta mañana, cuando me desperté, no me hubiera imaginado ni de broma que haría de su niñera. Pero aquí estoy.
Me agacho y le quito los tenis mugrosos. El se despierta cuando yo me siento en la cama, al lado de él.
Le da hipo.
Se sienta en la cama. Hace una mueca. Me mira.
Ha habido muchas personas que me dicen que soy guapa: Mi familia, amigos de Facebook, y desconocidos de Twitter (Y también unos tipos en la calle, pero bueno). Y siempre me ha dado igual. Pero ahora una especie de calor crece en mi interior y se expande por mi brazos hasta las puntas de mis pies.
Parpadeo un par de veces. Que extraño.
Intento empujarlo para acostarlo, poniéndo mis manos en su pecho, pero él toma mi mano paralizándola ahí mismo. Me quedo paralizada.
Parpadeo.
Suspiro. El calor de nuevo.
Ruedo los ojos.
El se masajea la frente y luego me mira.
De acuerdo. Es suficiente para mí. Ya. Basta.
Me levanto y me siento en la mesedora mientras digo:
Va a ser una noche larga.
--Sthep Stronger.
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