Mine, capítulo 19. "Fuera de control"
Tarde. Llegué tarde a ese local para recoger las estúpidas invitaciones de Laura. Probablemente invitaciones de flores con algún que otro detalle rosa. Laura es así. Probablemente no le importa que las invitaciones tengan que ser obligatoriamente blancas.
"Cerrado", dice el cartel.
Debería simplemente dar media vuelta e ir a casa. Probablemente llegaría en el mismo estado despreciable. Probablemente aventaría todas mis cosas al suelo e iría a esconderme debajo de mi cama. No, no, no quepo ahí. Probablemente en el baño, mejor. No, mamá entraría. En mi clóset. ¿Qué mejor lugar para sentir lástima por uno mismo que un lugar oscuro y asfixiante? Mi clóset. Pero qué genio soy. Soy tan tremendamente inteligente que empiezo a llorar como una de ésas damicelas de las películas que empiezan a llorar delícadamente para no estropear su maquillaje. Ese llanto silencioso. Pero me doy cuenta de que no lloro por eso. Lloro por la estúpida carta.
Y luego lloro porque no puedo creer que esté llorando por una carta.
Después lloro un poco más porque no puedo creer que esté llorando por una carta, en público.
¿Pero qué sucede conmigo?
Sí, debería ir a casa a encerrarme y asfixiárme en ese estúpido clóset. Pero no lo hago. En vez de eso meto la mano en mis bolsillos del saco y camino. Sólo camino. No sé a dónde. Nunca he recorrido estas calles. No sé lo que quiero. Sigo caminando.
Y parece que con cada paso, la carta dentro de la bolsa va aumentando de peso. Como un recordatorio constante: ¡Hey, estoy aquí: Leéme!
Sé que tengo que abrirla.
Sé que tengo que abrir las anteriores.
Sé que no tengo el valor.
Ni siquiera me doy cuenta, pero llego a una cafetería. Se ve linda. Se ve sencilla y acogedora; Madera y chimeneas y todas esas cosas que te hacen querer entrar. Funciona: Entro ahí y me siento en una mesa alejada de la ventana, dónde todo el mundo puede pasar y verme. ¿Y si papá pasa por aquí? Aprovecharía la oportunidad de hablarme, ya que yo lo he evitado por años.
No tengo el valor para enfrentarme a él.
Soy una nena. Y cómo todo una nena, me voy hacia las mesas alejadas del ventanal, escondiéndome, sintiéndome segura.
Haciéndo nada para arreglarme.
Ella asiente y se va.
Ciertamente sé que una taza de chocolate caliente no puede arreglar mis problemas, pero bueno. Tal vez si me atraganto con el chocolate y me muero... No, no. ¿Porqué morir? Un nivel más bajo. Tal vez si me meto el chocolate caliente me queme la lengua y esté ocupada pensando en el dolor y no en papá.
Debería atragantarme con cosas calientes más seguido.
Cuando la niña esa viene y me pone la taza encima de un plato con dos bombones de chocolate, a pesar de que no los pedí, yo no me atraganto con el chocolate. Más bien lo miro, cómo si la maldita taza blanca fuera culpable de mis desastres. Y después, sigo sin tomarla. Lo que hago es abrir el bolso mediano dorado que tengo y sacar la carta.
La miro fijamente. Tal vez si vacío el chocolate sobre la...
Suspiro y deslizo el dedo por la superficie para abrirlo.
Levanto la vista.
Lucas jala la silla para sentarse en frente de mí.
Demonios. Mi maquillaje.
El extiende una mano hacia mi rostro, toca mis mejillas con la punta de los dedos. Me quedo paralizada, no sé qué hacer.
Veo preocupación en sus ojos.
Me aparto.
Deja caer la mano.
Levanto una ceja, aunque estoy aliviada de que haya cambiado el tema.
Cruza los brazos sobre la mesa.
Es cuando me doy cuenta de que tiene una carpeta en la mano.
Bajo la mirada hacia la estúpida carta.
Y es verdad: No he leído absolutamente nada.
Media hora tratando de leerlo y nada. Sólo mirándo los garabatos de las palabras que no quise reconocer.
Meto la mano dentro de la bolsa y dejo la carta ahí. A salvo.
Cómo me gustaría quemárla.
El me observa unos segundos.
Una sonrisa se asoma de sus labios.
Ríe.
Pero esa es una vil mentira.
Si me sigue hablándo de lo mal que estoy, rompo a llorar y comienzo contándole todas mis tragedias, así de débil soy. Así que suelto algo así como:
Levanta los brazos.
Sonrío.
Intercambiamos un par de risas.
Tengo que admitir que el niño no se rinde.
Sonríe.
Y el idiota empieza a decir cosas para provocarme, cosas que no puedo evitar opinar. Y, ¡Diablos!, me hace reír. Empieza a contar cosas idiotas, entre bromas y anécdotas idiotas.
En verdad pasamos media hora ahí, yo con la taza de chocolate terminada y él terminándose la que había pedido. La cosa más sorprendente es que no intenté atragantarme o algo así.
Qué cosa tan más rara.
Hay un segundo entre el tiempo que miro su rostro y luego mis manos cuando mi mente deja de funcionar correctamente.
Hay una sorpresa en su rostro que intenta ocultar.
No me detengo.
Levanta las cejas.
Sacudo la cabeza.
Para, para, para.
Detente. Mucha información. Detente.
No sigas por ese camino, Lena. No. No sigas por ahí.
Pero no puedo detenerme... Tengo que sacarlo.
Veo algo extraño en su rostro.
En verdad está preocupado.
No. No sigas por ahí.
No.Sigas.Por.Ahí. No, no, no, no, no, nonononononononononononononononononononononononono....
Lo he dicho. Lo he dicho en voz alta. Por primera vez. Lo he dicho por primera vez. Siento que puedo respirar, pero después siento que me asfixio por soltarlo.
¿Cómo he podido? ¿Y porqué a él? Pero yo sé porqué a él: Estaba ahí, estaba dispuesto a ofrecerme su hombro... Y yo lo necesitaba.
Es lo que realmente necesito. Pero lo que quiero necesitar en cerrar los ojos y ser inmune al dolor. Cerrar mis ojos y olvidar. Cómo si nunca hubiese pasado.
El pone una mano sobre la mía, encima de la mesa.
Tengo que preguntármelo: ¿De qué, exactamente? ¿De su decepción? ¿De sentir el pánico que me recorre el cuerpo cuando pienso en él? ¿De sus gritos? ¿De su forma de sentir tan insignificante? ¿De ser débil ante él?
De todo eso. Sí, de todo eso.
De no saber cómo enfrentar lo que siento. De como enfrentarlo a él.
Pero no puedo decirlo.
No quiero decirlo. Aunque mi garganta está quemándo por soltarlo: "De no saber como controlar mis emociones. De estar fuera de control".
Quiero contárselo. Quiero contárselo a alguien. Necesito hacerlo. Nececito. Yo. Nececito. Necesito.... Tengo qué. Explotaré si no lo hago. Me muero por hacerlo, pero no puedo. Me siento como esa chica de un libro que leí hace tiempo; Era anoréxica, se moría de hambre todo el día. Todos los días. Cada hora, cada minuto. El hambre estaba ahí. Tenía que comer. Pero no lo hacía. Ella me deprimía el día cuando pensaba que tenía un hambre feroz, pero no comía. Esa sensación de que si no lo hace, explotará, pero no quiere hacerlo. Me siento así.
La mente de esa chica estaba colapsándo. ¿Mi mente está colapsándo?
Me siento colapsándo. Me siento fuera de mi control.
Estoy caminando por una linea muy fina.
Necesito...
En verdad estoy caminando por una linea muy frágil.
Quiero...
Me estoy tambaleando.
Necesito...
Es cuestión de tiempo para que la corriente de la locura me arrastre hacia abajo, llevándome hacia el fondo, encerrándome en la oscuridad.
Quiero...
Es cuestión de tiempo que deje de luchar contra la corriente.
Necesito...
La linea se romperá.
Quiero...
Me condenará a la oscuridad.
Necesito...
Lucas aprieta mi mano, y yo lo aparto. Cierro los ojos por un segundo.
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