Broken Dolls. Capítulo 11
Bajo las escaleras tan silenciosamente como puedo, pero supongo que no importa si hago ruido: La lluvia afuera llena el silencio en la casa.
Cuando llego a la cocina, Holly está sentada en la isla con una taza de té.
Me siento frente a ella y Holly arrastra el paquete de mini donas hacia mí.
Le sonrío y tomo una dona pequeña y blanca.
Suspira.
Me encojo de hombros.
Me mira.
Sí, lo hago.
Mira a su taza y agita el líquido con la cucharita.
Asiento.
Niego.
Dejamos que el silencio entre nosotras gobierne, sólo oyendo la lluvia caer y los relámpagos estallar.
Dudo, pero al ver el dolor en su rostro, hago recuento.
Me cuesta creer que es parte de esto.
Ríe.
Suspiro.
Es un destello de vacío y dolor.
Sus ojos se desvían hacia mí de nuevo.
Paso mis manos por mi cara, de repente muy cansada.
Dejamos que el silencio rellene los espacios en blanco.
Claro que nos gusta. Nos gusta tener una vida normal, nos gusta ser alguien más.
Ríe.
No me voltea a ver, pero sé que mi respuesta le ha dado en el corazón. Estoy a punto de disculparme, de hacer algo, cuando me dice:
Suspiro.
Me mira, seria.
Sacude la cabeza.
Me mira, ofendida.
ﮪ
Cuando tocamos la puerta de los Sullivan, Thiago abre y sonríe. Más para Lía que para mí, pero bueno.
Holly.
Se aparta de la puerta y en cuanto pasamos, escuchamos:
Holly suspira y nos mira.
Se abre paso, con las bolsas de materiales en sus manos que compró ayer. Thiago me mira.
Sonrío.
Lo miro y me mira. Luego se da cuenta de lo que acaba de decir.
Sonríe.
Reímos juntos y caminamos al comedor, donde uno de los chicos están sentados. En la puerta de vidrio que da a la cocina, veo a Holly y Dexter, intentando ayudar a Maddie. Luego veo a Rob, sentado en la barra comiendo mezcla de cupcakes mientras los ve ayudar.
Sonrío y ruedo los ojos.
Kiki ríe, sosteniendo la mano de Ryan, de tres años. El niño sonríe, como si tuviera idea de qué está pasando.
Atsuko hace bola una servilleta
Antes de que Atsuko pueda contestar, Dexter Sullivan sale de la cocina derrotado.
Nate se ríe.
La miro.
Luce avergonzada.
Río y ella me dispara una mirada amenazadora, así que me callo.
Me callo.
Thiago ladea la cabeza, mirándome.
Intento restarla importancia, pero intercambian miradas entre ellos. Nate me pregunta:
Me encojo de hombros.
Todos miran a Kiki, identificándola. Ella se encoge de hombros y se ríe.
Me río y ella me sonríe de regreso. Deja que el bebé Ryan juegue con juguetes en el piso y se viene a sentar a mi lado.
Ella levanta su manita hacia la mía y la chocamos, aun sonriendo.
Ríe, sonrojándose y bajando la vista.
--Están congeniando en nuestra contra
Me mira, con un destello en los ojos.
Río y paso el brazo por los hombros de Kiki. La niña se ha ruborizado. Sus hermanos lo ven también y su padre, quién pensé que era el más calmado, tiene las cejas fruncidas.
Kiki frunce el ceño.
Asiente, con una sonrisa. Me empieza a contar sobre los veranos, cuando en ciertas fechas las calles se llenan de puestos de artesanías y ella y su familia van a ver qué ven.
De repente se da cuenta de que ha hablado mucho de un sopetón, y con una desconocida, y se detiene. Pero le sonrío para que sepa que todo está bien, que no quiero que tenga miedo de mí, que puede contarme lo que sea que quiera.
Cuando volteo, su familia me está mirando. Fijamente.
Dexter sacude su cabeza.
Me encojo de hombros.
Thiago asiente.
Me pregunto si alguna vez la hubo, y las alarmas en mi cabeza empiezan a girar y a hacer ruidos, pero ellos se ríen.
Si supieran que realmente no es mi hermana.
Media hora después, Maddie y Lía se dan cuenta de que no sirvo mucho para esto así que me ponen a decorar los panecillos de arándanos que ya han salido. Le pongo la crema batida arriba (Parece espuma) y en el centro les pongo tres arándanos. Como si necesitasen más. Hago lo mismo con el resto hasta que me doy cuenta de que los chicos los han estado tomando y ya no están.
Atrapo a Rob en el acto. Lo miro y él me mira.
Encojo de mis hombros hacia Rob, y él suspira.
Me encojo de hombros de nuevo.
Maddie le grita a Rob y él hace muecas de dolor. Lía me dice que vaya a tomar un descanso, porque de cualquier manera soy muy lenta, y Maddie toma a Thiago, Rob y Luke para que decoren, manteniéndolos en su vista.
Al final, los únicos que no tenemos nada que hacer somos Nate y yo.
Niego.
Sonríe.
Sonríe de oreja a oreja.
Niego.
Asiento y me asomo a la cocina, donde los chicos lucen fastidiados.
Se detiene en medio de la masa y me mira.
Esto de la comunicación ya se me está facilitando.
Tengo la sensación de que me va a decir que tengo algo con Nate, pero en vez de eso me mira con preocupación.
Maddie le da una palmada en la cabeza.
Se encoje de hombros y vuelve a su tarea.
Asiente, no muy convencida.
El rostro. Lo sé.
Asiento y voy a la entrada, donde Nate me espera.
Caminamos hasta un carro negro, que supongo que es el suyo, y me abre la puerta.
Asiente hacia mí.
Me miro en el espejo frente a mi asiento y aliso mi pelo rubio y lacio, con ese copete que me molesta. Casi no parezco la verdadera yo. Estoy a salvo.
De cualquier manera, me pongo los lentes de sol enormes.
Dudo, mientras él prende el motor y el carro avanza.
Al menos, sirve de explicación para cuando nos vayamos.
Me encojo de hombros.
Lo cual es cierto.
Río mientras sacudo la cabeza.
Me encojo de hombros. ¿Cómo le iba a explicar que tenía miedo de ahogarme si entraba en pánico?
Asiente.
Sonrío.
Sonríe, no una de esas sonrisas amables que me da, sino una de verdad.
Sacude la cabeza.
Me habla de trivialidades hasta que llegamos a una pequeña tienda con helados de muchos sabores, y puesto que no he salido de napolitano nunca y que no sé italiano, le pido que escoja por mí. Después, caminamos por las calles y parece divertido con mi sorpresa al ver la cuidad.
Es realmente hermoso.
Terminamos sentados en una banca en una plaza cerca, terminando el helado que se ha derretido en su mayoría.
Levanta una ceja.
Me encojo de hombros, no encontrando ninguna respuesta en mi mente.
Suspira.
Sonríe de una manera muy tierna. Me dan ganar de pellizcarle las mejillas porque es sólo tan lindo.
Sus sonrisa se desvanece y sus ojos se quedan en blanco. Así es como sé que he ido por un camino al cuál probablemente no debí ir.
Sus ojos conectan con los míos de nuevo, brillando con una chispa de conocimiento que me dice que ha vuelto a la realidad.
Cállate, Fallon. Cállate ya.
Sacude la cabeza y sonríe, y sé en ese momento que ya no me va a decir nada.
Pero es la verdad. No la recuerdo. A la real, me refiero.
Desearía que Lía nunca me hubiera dicho.
No, espera, ¿Qué?
Holly.
Repito el nombre en mi cabeza muchas veces hasta que Nate habla:
Tal vez él lo hizo, pero, ¿Yo? Ja.
Me callo.
Allá, más al frente, parado frente a una fuente, consultando su celular, hay un chico. Un chico que veo a la distancia, y sólo de perfil, pero tengo la impresión de que lo conozco. Tengo la impresión de que es Chris.
Un temblor atraviesa todo mi cuerpo, y de repente siento frío. El aire en mis pulmones deja de llegar y batallo para recuperarlo.
Y se da la vuelta.
Pero no es Chris. Dios, no es Chris.
Respiro con alivio, pero me doy cuenta de que las cosas no están bien. Mi corazón está latiendo demasiado fuerte contra mi pecho, y siento que no estoy respirando. Sé que lo estoy haciendo, porque siento el aire entrar en mi cuerpo y llegar a mis pulmones, pero realmente me estoy quedando sin respiración.
No puedo respirar.
Oh, dios, no puedo respirar.
La voz de Nate se oye muy lejana y el olor del helado que acabo de comer llena mi nariz.
Y sé. Así de simple, yo sé.
Estoy teniendo un ataque de pánico.
Odio estas mierdas. Son horribles. Son la peor cosa que pudieron haberme pasado alguna vez, y sé que eso de ser una psicópata (Aunque sea pasiva) es una porquería, pero el sentir un ataque de pánico se siente como el peor castigo.
He tenido ataques de pánico incluso antes de tirar a Macey por las escaleras o clavarle un cuchillo, antes incluso de que me diera cuenta de que había algo realmente mal conmigo. Creo que empezaron cuando tenía unos once o doce años. Realmente nunca he sido muy normal.
Recuerdo que cuando era niña pensaba que Dios me estaba castigando por ser mala. Por pellizcar a Macey o por no recoger mis juguetes cuando mi mamá lo decía. Pensaba que me lo merecía, y rogaba todas las noches por hacerlo desaparecer. Juraba que iba a ser buena. Juraba muchas cosas que no podía cumplir, realmente.
Fue cuando tenía quince años cuando me di cuenta de que no era mi culpa, y luego me enteré de que era una psicópata cuando casi mato a Macey. Me sentí como mierda.
Mi vista se pone nublosa, y cuando miro a mi regazo, me doy cuenta de que Nate me toma de las manos. Intento mover mis dedos, pero he perdido sensibilidad.
Siento la adrenalina correr por mi cuerpo, y sudor frío cae por mi cuello.
--
Luce asustado.
Niego con la cabeza, indicándole que nada.
Siento mi boca muy seca, pero me las arreglo para decirle que es un ataque de pánico.
Empiezo a llorar, porque voy a morir asfixiada, y él me atrae a su pecho y me sostiene fuerte. Sé que no voy a morir, porque no se puede morir de un ataque de pánico. Pueden durar un tiempo, sin embargo. He oído que lo máximo que duran es media hora.
Me mira por unos segundos, pero llega a la conclusión de que es mejor si sólo me hace caso, así que saca su celular y pone el cronómetro. Lo pone en su pierna y me vuelve a rodear con sus brazos mientras sollozo y tiemblo. En un momento, siento que su agarre es muy apretado, pero de alguna manera me hace sentir… segura.
Como si no pudiera enloquecer si me tiene atrapada en sus brazos.
Después, cuando siento que he vuelto a la normalidad, cuando siento lentamente la sensibilidad es mis manos regresar, me separo de Nate, total y completamente avergonzada. Ni siquiera puedo mirarlo a la cara.
Alcanzo el cronómetro y lo detengo. Trece minutos y seis segundos.
Bueno, no fue tan mal. Claro, apartando el hecho de que me siento drenada tanto física como mentalmente.
Se levanta y me toma del brazo cuando avanzos sin él. Me hace mirarlo a la cara.
Asiento.
Me toma por los brazos, arriba de mis codos.
Lo cual es verdad, pero sin embargo esta vez fue porque me llevé un susto de muerte.
Abre la boca para decir algo, pero suspira.
Sacude la cabeza y pone un brazo sobre mis hombros, y caminamos juntos hacia el carro para volver a casa.
Conducimos en silencio y hago lo mejor que puedo para evitar sus ojos. Cuando entramos finalmente y atravesamos la casa hacia el comedor enorme, Lía se asoma desde la cocina y suspira aliviada cuando me ve.
Sonríe y resopla, pero puedo ver el alivio en sus ojos.
Vuelve a la cocina y yo me siento en el comedor donde todos quienes han sido corridos de la cocina están. O sea, casi todos.
En todo este tiempo, los ojos de Nate viajan de Lía a mí.
Suspiro y paso mis manos por mi cabello, e intento recordarme a mí misma que su nombre es Holly, y que el mío es Fallon. Ni Zara ni Lía existen.
No son reales.
Nunca han sido reales.
Un movimiento atrapa mi atención por el rabillo de mi ojo, y veo el espejo en la pared que he evitado todo este tiempo. Mi reflejo me sonríe, y me guiña un ojo. Luego habla.
Se ríe. Si supiera.
ﮪ
El tintineo de los cubiertos se detiene esa noche cuando Angelo aclara su garganta, de vuelta en casa. Holly y yo nos miramos a los ojos y luego a él.
Holly y yo nos miramos de nuevo.
Mis hombros caen y Holly salta en su silla. Llevamos como cuatro días aquí, pero ellos me agradan bastante y no quiero dejar de verlos.
Parece que tiene duda sobre continuar, así que yo lleno los espacios en blanco con las palabras que sé que todos están pensando.
Holly nos mira.
Mi nombre me sorprende. No lo había oído desde hace unos días, pero de alguna manera suena desconocido y extraño.
Eso me asusta.
Angelo, por ser quién es, intenta hacer reparación de daños. Como si de hecho fuéramos escuchar. No por el hecho de ser adolescentes enojadas, sino porque sabemos mejor cuando nos dicen que no es tan malo.
Y entiendo. Porque de los millones y millones de personas somos unos de esos tres por ciento de la población mundial (aproximadamente) que están completamente fuera de su mente. Somos nosotras a quienes nos ha afectando. A adolescentes, ni más ni menos.
Tenemos derecho a estar molestas.
Bajo la mirada hacia sus uñas, que han sido pintadas con un color púrpura, pero definitivamente están más cortas.
Sé qué pasaba cuando esa mirada aparecía. Sé que si empujo un poco más, ella finalmente se romperá y la locura brillará en sus ojos. Así que dejo que mis cubiertos caigan en la mesa y los oigo tintinear sobre el plato medio lleno, mientras estiro mis manos hacia Holly y las tomo, apretando fuerte. Muy fuerte, como si nunca fuera a dejar ir. No sé acerca de ella, pero el contacto me da paz. Cuando siento que enloquezco. Siento que si una persona me agarra lo suficientemente fuerte yo nunca tendría la oportunidad de ir a ese lugar oscuro al que voy cuando enloquezco.
Los ojos de Holly se clavan en los míos, y al cabo de unos momentos, ella también se aferra a mí. Y siento que cree honestamente que no voy a dejar ir.
La niebla se disipa un poco de sus ojos. Sólo un poco. Con nosotras, realmente nunca se va, y es por eso que evitamos mirar a las personas a los ojos cuando podemos, porque se dan cuenta de que hay algo mal sobre nosotras. Si alguien lo notó, no dijo nada. Es fácil pasar desapercibida con Holly porque tiene una gran boca, y yo también, pero digamos que me he vuelto lo que se dice tímida. Ahora mi gran copete se pone en mi camino y por eso lo agradezco.
De alguna manera, escuchar a Angelo decir que tiene miedo, me da miedo. Lo sé, lo sé. Es sólo que él es nuestra ancla, quien nos dice que todo va a estar bien. Así que sí; que me diga que tiene miedo me perturba.
Pero herí a mi hermana. ¿Qué me impide de despertarme una noche y herir a Angelo o a Holly? ¿O a los Sullivan? Kiki aparece en mi mente en un flash, y el bebé Ryan, y tengo que cerrar los ojos porque es demasiado.
Quiero creerme lo que acabo de decir, pero es que nosotras no podemos estar en la vida real. Pertenecemos a clínicas, encerradas en habitaciones pequeñas y acolchonadas, con sedantes, como unas pequeñas ratas de laboratorio, porque somos defectuosas. Somos defectuosas y peligrosas. Somos el terror en la humanidad, somos los monstruos que salen por la noche en la mente de Macey, en la mente de tantas otras personas.
Somos eso y mucho más.
Y aun así seguimos siendo humanos. Humanos con un corazón que late en nuestros pechos, con sentimientos y arrepentimientos. Humanos que quieren superarse, a pesar de la verdad, a pesar de la locura que habita dentro de nosotros.
A pesar de que nos odiamos por lo que somos y lo que hemos hecho.
-Sthep Stronger.
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