Unspoken. Capítulo 3. "Dios Bendijo El Camino Roto"
No me ayuda nada pero nada, estar cantando la canción que Tyler estaba cantando la primera vez que lo conocí.
Malditos Rascal Flatts con canciones bonitas.
…
Me descubrí la cabeza y levanté una ceja hacia Meg. Ella ya tenía su vestido corto dorado con brillos encima y sostenía mis botas vaqueras en una mano.
Meg me arrancó las cobijas y las tiró al suelo. Sentí frío.
Meg se río.
En respuesta, esperando zanjar el tema, me hice bolita en la cama y cerré mis ojos.
Abro un ojo y la miro.
Negó, con una sonrisa pintada en su rostro y un aire infantil rodeándola.
Suspiré profundo y me levanté de la cama.
Le dirigí una mirada fea.
Suspiré profundo y abrí el closet para ver qué encontraba, pero Meg dijo alegremente que ya había escogido por mí el vestuario. Un vestido morado con unas flores estampadas que había traído de su armario para mí.
Suspiré, con una floja sonrisa.
Una hora y media después salí como nueva de mi casa. Con mi cabello marrón liso cayendo en ondas gracias a Meg, el vestido, las botas y un maquillaje hermoso. De hecho, todo gracias a Meg. Sabía mejor que yo.
Primero fuimos a una fiesta de una compañera de clases, una tal Miranda, que yo no conocía pero Meg sí. Meg hacía amigas a cada diestra y siniestra, era como, su don.
El lugar estaba bien, la música estaba alta, los chicos coqueteaban con las chicas, podías ver la energía del lugar y la química. Era divertido… Hasta que me topé con esos ojos azules casi transparentes. Estaba sentada hablando con un chico llamado Kevin o Kalvin, o algo, y cuando volteé a un lado, él estaba bailando con Elle, una chica que estaba enamorada de él, y no supe si él lo sabía. Él parecía cómodo sonriendo y hablando con ella, y Elle estaba sonriendo estúpidamente y sonrojada. Me pregunté si Elle sí estaba al nivel de sus expectativas.
Jack me miró. Su boca su abrió formando una perfecta O y dejó de lado a Elle para caminar a mi dirección. Supe en cuanto vi esos ojos azules en los míos que él haría todo lo posible para disculparse, de nuevo. Más de miles de llamadas y correos electrónicos cuando yo saliera de ese lugar. Yo era muy madura, dentro de lo que cabe, así que le saludé con un gesto de la cabeza educadamente y después me incliné hacia el oído del chico para pedirle bailar. Así que me salvé de Jack, pero en el interior estaba destrozada con sólo de verlo. Destrozada porque tan rápido había una chica detrás de él. Y lo más importante: Porque él no estaba destrozado.
¿Qué demonios hacer para romper el corazón de ese chico?
Después de bailar con Kelvin o Kalvin, o Kevin, (O Marlin) busqué a Meg. Ella estaba sentada platicando con un chico animadamente con una cerveza en su mano. Aposté a que ni siquiera le dio un sorbo.
Meg se levantó y dejó al chico decepcionado. Me reí.
Ella rió y sacó las llaves del auto del mini bolsito de brillantina.
Así que ahí estábamos, yendo al Bluebird café. Cuando a Meg se le metía una idea, no se la quitabas ni a golpes.
No es como si lo hubiera intentado, aclaro.
La canción que estaban tocando cuando entramos fue una extraña versión de Home, de Michael Buble. Luego, un chico muy probablemente de nuestra edad subió al escenario con una guitarra en la mano. Guapo, admití. No reconocí la canción que estaba tocando, pero cantaba bien.
Meg me frunció el ceño.
Solté una carcajada mientras veía al guapo muchacho de pelo negro y ojos azules. Meg empezó a cantar la misma canción sutilmente, haciendo pausas para llevarse el bote de Sprite a la boca.
This much I know is true…
That God bless the broken road, that led me straight to you…
Yes, he did.
Muy bien, sí; La canción era bonita, muy bonita.
Pero no tanto como el chico en el escenario cantando, con los ojos clavados en mí…
Hay otro recuerdo que asalta mi mente mientras veo por la ventana al sol ocultarse. El fin de otro día.
… Estaba rodeada en los brazos de Tyler ese día, ambos tumbados en el sofá, riéndonos.
Volteó hacia mí y me dio un beso en la sien.
Sonreí.
Esperé por un momento que se riera de la cursilería que acababa de decir cuando lo miré a los ojos, pero él no se río. Él apartó un mechón café de mi pelo que se me escapaba de la trenza de lado y luego sonrío suavemente.
Sonreí y oculté mi cara en el hueco de su cuello.
Me empecé a poner roja, así que busqué otro tema.
No esperé, honestamente, que él me cantara la canción al oído. Me abrumé unos instantes y me puse roja. Luego empecé a poner atención.
Tengo que dormir, o hacer algo. Lo que sea. Lo que sea.
Así que me detengo en un pequeño pero bonito hotel en Arkansas, en Little Rock. Cuando subo al tercer piso, a la habitación 492, encuentro a una chiquilla de algunos dieciséis o diecisiete años recargada en la puerta de mi habitación. Tiene la espalda recargada a la puerta, las rodillas contra su pecho y su rubia cabeza gacha.
Cuando ella levanta la cabeza, puedo ver las lágrimas en sus ojos y sus mejillas rojas.
La chiquilla flacucha se levanta como puede y sacude el polvo inexistente de sus vaqueros.
Sus ojos oscuros se dirigen hacia a mí y asiente, aunque parece un poco perdida. Luego da media vuelta y se va por el pasillo de alfombra rojiza.
No bien termino de entrar por la puerta, mi celular suena. Dejo la maleta que me traje (Las demás permanecieron en el carcacho, puesto que me iré mañana y sólo necesito un cambio)
en la cama de colcha color beige y respondo.
Mi padre me saluda.
Platico un rato con papá, y luego éste me pasa a Gracie, mi hermana pequeña de trece años.
Ella ríe por lo bajo al otro lado de la línea.
Río con ella. Gracie sigue hablando, ella sigue hablando sobre libros, sobre mamá y papá, y Emma, y el nuevo novio de ésta. Ella sigue hablando y hablando.
Me recuerda que, no vuelvo a Nashville para ir tras Tyler o para recordar mis tiempos con Jake. Vuelvo a casa por mi familia. Porque es donde nací y un lugar que amo. Porque amo ir al Bluebird café incluso cuando está atestado y porque extraño a mi mejor amiga Meg, con sus ciegas esperanzas en el amor y compañera de cantar canciones Country en el carro a todo pulmón yendo a dónde el camino nos lleve. Por los panqueques caseros de mi madre que hace cuando no pensamos que los vaya a hacer, porque Gracie lee un libro y se la lleva actualizando su blog incluso en navidad, por los miles de pretendientes de Emma, por mi padre que nos cela cuando el asunto consta de chicos. Por todas las cosas de las cuales estuve lejos un tiempo, como el verano pasado, que en vez de volver a casa fui a un viaje organizado por unas amigas en West Coast al sur de Francia, y luego a Londres. Por esos pequeños detalles.
Voy a casa, porque es donde debo de estar.
Y lo sé. Yo lo sé.
Sin embargo, me separé de Tyler abruptamente. No limpié mi nombre cuando todo pasó, y nunca le dije…
No me doy cuenta cuando me quedo dormida, sólo recuerdo despertar a la mañana siguiente, encima de la cama perfectamente hecha y con mi misma ropa que el día anterior. Me levanto y tomo una buena ducha de veinte minutos (¿Quién les manda tener una tina?).
Cuando salgo con el pelo húmedo y con mi vestido sencillo y rojo puesto, me pongo mis botas vaqueras que ya están demasiado gastadas y salgo por la puerta con mi maleta en mano.
En el elevador, me encuentro a la misma chica de ayer. Está recargada contra la pared trasera del elevador y mira sus pies.
La chica sonríe un poco.
Y entonces las luces parpadean y el levador se detiene en un movimiento brusco.
Aplasto los botones, pero nada.
Maldita sea.
Señalo el botón rojo de abajo.
Chica Rubia y Gruñona golpea el botón varias veces y luego patea el piso del elevador.
Suspiro y me deslizo contra la pared para sentarme en el duro y frío suelo.
Voltea a verme.
Niega con la cabeza.
Doblo las piernas y observo a Chica Rubia y Gruñona mirarme unos segundos y luego sentarse lentamente en el suelo, frente a mí.
Ella asiente.
Me encojo de hombros.
Ella me mira unos instantes y luego aparta la vista.
Ella se encoje de hombros.
Sonríe.
Se encoje de hombros.
Levanto una ceja.
Ella tamborilea los dedos contra el suelo.
Me encojo de hombros y miro hacia las puertas.
Mad niega con la cabeza y la recarga después en la pared fría. Y yo no insisto más. Simplemente me quedo callada, pensando en Nashville. Pero diez minutos después, ella habla.
Entonces por eso estaba la otra noche en mi puerta. Era la habitación del chico.
Ella se encoje de hombros.
Niego con la cabeza frenéticamente.
Ella, en medio de la lucha por que sus lágrimas no salgan frente a una extraña, me mira.
Ella limpia una lágrima en silencio que se ha caído a su mejilla.
Suspiro fuerte.
Sonríe un poco.
Sonrío de vuelta y miro el suelo. Es más o menos cuando me doy cuenta de lo mucho que anhelo hablarle de mis problemas a alguien. Alguien que escuche.
Mad bufa.
Levanta una ceja.
Niego.
Niego.
Ella frunce el ceño.
Río.
Observo cómo Mad se pone furiosa con mi relato y sonrío un poco.
Hago una pausa.
Levanto la vista y asiento.
Mad me está mirando seria, fijamente.
Aspiro aire fuertemente y continúo.
Mad me mira, sin decir nada. Sus lágrimas se han secado y su rostro ha perdido la preocupación de hace unos veinte minutos, cuando nos quedamos atascadas en el elevador.
Mad parpadea un par de veces.
Niego.
Suspiro.
Mad me mira fijamente y asiente.
ﻫ
El guardia de seguridad de unos cuarenta o cincuenta años y el pelo gris nos tiende la mano desde arriba para que salgamos por el hueco.
Le hago señas a Mad para que salga primero, y luego ambos me ayudan a salir a mí.
Asiento.
Una señora mayor, con un peinado alto y complicado de acerca hacia a mí.
Busco a Mad en la multitud, y veo su cabeza rubia y vaqueros gastados más allá. Está abrazada de un tipo unos años mayor que yo, tal vez. Debe ser su hermano. Ella me ve y camina hacia mí.
Me encojo de hombros.
Le sonrío.
Dios, sueno más vieja de lo que soy.
Ella sonríe y alguien se acerca para darnos nuestras maletas, que habíamos olvidado dentro del elevador.
Bueno, cuando has estado una hora y media dentro de un espacio pequeño, tus maletas no son como la gran cosa.
Me despido de Mad y me doy la vuelta.
Giro la cabeza sobre mi hombro, y la veo sonreír.
Eso espero.
--Sthep Stronger.
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