Mine, capítulo 44. "Serás imbécil".
"Catorce minutos", me digo en mi interior mientras bajo mi regalo de pulsera. "Sólo catorce minutos".
Me recargo en el respaldo de la silla y cruzo los pies uno sobre otros, puestos sobre la base que sobresale de la camilla de enfermos. Miro hacia la persona quién está en la camilla, mi padre. Está dormido, gracias a Dios.
Cierro los ojos y suspiro, rogando a Dios que no se levante cuando me faltan catorce minutos para cumplir la media hora. Si no lo hace, podré salir y decirle a mi mamá que lo intenté.
Y ella nunca me molestaría de nuevo. O eso es lo que espero.
Meto la mano en mi bolsa para sacar mis audiculares, intentando no ver el rostro de mi padre para no entrar en pánico, de otro modo, tendrían que ponerme toneladas y toneladas de sedantes. Mis manos no tocan directamente los audiculares, si no papel. Frunzo el ceño. ¿Desde cuando tengo cosas importantes en mi bolso? Ya, que ni siquiera sé qué es.
Suspiro, pensando que probablemente fue la tarea de español que accidentalmente arranqué del cuaderno (y que ahora tengo que copiar en el), sin embargo no lo es. No se siente igual.
Cuando asomo la cara a la bolsa, encuentro las cartas ahí dentro. Abro la boca; Ni siquiera me acordaba que las desgraciadas estaban ahí metidas.
Frunzo el ceño cuando recuerdo la última semana, cuando Lucas subió hacia mi habitación mientras yo terminaba las tareas. Yo lo había seguido con la mirada.
No me contestó, pero al rato trajo la caja que estaba debajo de mi cama, donde guardaba todas las cartas. La puso sobre la mesa, sobre mi cuaderno de francés. Yo había levantado la cabeza y se la había arrebatado.
Fruncí el ceño y dejé la caja en el suelo.
Tenía esa cosa que siempre sonreía. Siempre. Incluso cuando estaba echándome la bronca. Él echaba la cabeza hacia atrás y se reía, como si fuera un niño pequeño.
Y era absolutamente adorable.
Con la sonrisa pegada en su rostro había recogido la caja del suelo y la había volcado sobre la mesa. Todas las cartas salieron.
Escuché el carro de mamá cerca y empecé a meter todas las cartas a la caja de nuevo, antes de que pudiera reprender a Lucas. Él me ayudó cuando oyó el sonido también, pero las cartas eran muchas, así que cuando mamá estaba poniendo la llave en la cerradura, metí las que sobraban en mi bolsa.
Ahora miro las cartas en mi bolsa, y me pregunto si mi decisión de ser madura contaba con cumplir todas mis promesas... Demonios, por supuesto que lo es.
Saco las cartas y me cubro la cara con ellas, mirando de reojo a mi padre, intentando que las nauseas bajen.
Parpadeo, y me armo de valor.
Porque ahora soy madura.
Abro la carta, la más reciente que encuentro entre las que tengo en la bolsa.
"Querida Lena:
Estoy gastando mi tiempo escribiendo cartas que sé que no estás leyendo, o que bien, no me has
devuelto. Hablaría contigo en persona, si contestaras el teléfono. O si me llamaras tú. Pero no espero
que vaya a suceder.
Necesito que conozcas a alguien. A alguien muy especial..."
Empieza a hablar de Cariba. Y me lo dice directamente: Tienes una hermana. Empieza a hablar mil maravillas de ella, y deja a Oliver a lo úlitmo. Como si apenas se acordara de él. "Ah, y también tienes un medio hermano. Oliver".
Y finaliza con: "Y estas son las cosas que tengo que decirte de frente, pero que con tu actitud tan infantil, como siempre, no pasará".
Tan bien que empezó la carta para que lo arruinara.
Mi garganta se cierra cuando releo la carta de nuevo: Él nunca dijo nada de eso acerca de mí. Nunca.
Eligo otra carta al azar.
Esta vez es sólo una frase.
"Estoy intentando reparar las cosas".
Miro hacia mi padre, a media muerte acostado en la camilla. Frunzo el ceño. De acuerdo, si leo sus cartas, no parece tan malo.
Me pregunto si en verdad ha cambiado.
Me inclino hacia delante y miro su rostro.
¿Puede ser?
Me rasco la nuca y trago saliva, esperando. Alzo mi pulsera de mano. De acuerdo. Diez minutos.
De cualquier manera, no estoy como para descubrir si en verdad ha cambiado. Aún tengo que pensar sobre Cariba.
¿Hablar con ella significa que para ella seré su hermana mayor para siempre?
¿Preguntarme esto no es tan maduro?
Me quedo escuchando música mientras dejo que mis pensamientos fluyan, sin preocupaciones. Cierro los ojos. Me quedo así por varias canciones, con una mano debajo de mi barbilla, sosteniendo mi cabeza.
Después de escuchar muchas baladas deprimentes, abro los ojos para encontrarme con lo de mi padre, mirándome fijamente.
La canción sigue sonando en mis oídos cuando le devuelvo la mirada. Me quedo ahí unos segundos, pensando que se ha despertado y ya he valido cacahuate.
Parpadeo y suspiro profundamente.
Me quito un audifono, luego otro.
Sonrío, como una completa zorra.
Espero que le duela.
Miro mi pulsera de mano. "Seis minutos". Empiezo a enrollar los cables de mis audifonos a mi celular.
No contesto, en vez de eso empiezo a recoger mis cosas.
Siento las nauseas en mi estómago. El pánico creciendo.
Sonrío, casi diabolicamente.
En verdad no lo soy, pero es sorprendente lo que se puede sacar de una persona con motivación.
Me doy la vuelta, hacia la puerta. Mi tiempo casi termina.
Levanto una ceja.
Ahora sí ha pasado la línea.
A la madre, estoy siendo más zorra de lo que pensé. Quiero decir... ¿Llamar a Cariba Pequeña Demonio? Nunca. Que no esté muy feliz con la existencia de nosotros tres es una cosa, pero... ¿Pequeña demonio? Cariba parece un Ángel. Sonrosado y adorable. Nada podía cambiarlo.
Vaya, vaya, vaya. ¡Pero que buena soy en esto!
Parece realmente furioso.
Sé que si él pudiera, me abofeteara ahora mismo. Pero bueno. Está en un hospital, y apunto de morir.
Oh, bueno.
Ya qué.
Intenta sentarse, pero está demasiado débil para eso.
Me cuelgo bien la bolsa y me doy la vuelta.
Me volteo.
Parece muy convencido de ello.
Doy unos pasos hacia el frente. Mis ojos se humedecen.
Abro la boca, pero antes de hablar me giro porque de repente he cambiado de idea. Sin embargo cuando toco la perilla me detengo, porque necesito preguntarselo.
Necesito saberlo.
Pero aún así no me volteo hacia él mientras dejo de comportarme como una zorra.
Al cabo de unos segundos lo miro. Está mirándome, con la boca entreabierta.
Las lágrimas empiezan a correr. Pero de la furia. Me dan ganas de agarrar el jarrón de al lado y estrellarselo en la cabeza.
Parpadeo.
A penas me creo lo que estoy oyendo.
Abro la puerta mientras digo obsenidades a lo estúpido, y no me detengo hasta que estoy fuera del hospital, con los puños apretados y arrastrando mis pies por el suelo.
-Sthep S.
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